jueves, 8 de agosto de 2019

CAPITULO 39 (QUINTA HISTORIA)




—¿Seguro que estás bien?


Paula acababa de entrar en Las Torres y se encontró rodeada de preocupación.


—Estoy bien, de verdad —dijo.


Pero sus protestas no impidieron que las Calhoun la llevaran a la cocina y le ofrecieran té y simpatía.


—Me parece que estáis exagerando.


—Cuando alguien se mete con alguno de nosotros —dijo Catalina—, se mete con todos nosotros.


Paula miró al jardín. Los niños jugaban alegremente.


—Os lo agradezco, de verdad. Pero no creo que haya nada por lo que preocuparnos.


—Claro que no —dijo Carolina entrando en la cocina, observando la escena con su astuta mirada—. ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Poniendo nerviosa a la chica? Fuera.


—Tía Carolina… —dijo Coco.


—Fuera, he dicho. Todos. Y tú vuelve a la cocina con ese holandés grandote con el que has pasado la noche.


—Pero…


—Vete. Y tú —dijo tía Carolina, dirigiendo su gesto amenazador a Amelia—. Tienes que dirigir el hotel, ¿no? Pues vete. Y tú —le dijo a una perezosa Lila—, vete a dormir la siesta.


—Sí —dijo ella—, me hace falta. Vámonos, señoras, nos echan.


Satisfecha, cuando la puerta se cerraba, Carolina se sentó pesadamente en una silla.


—Ponme una taza de té —le dijo a Paula—. Bien caliente.


Aunque se levantó para obedecer, Paula no estaba impresionada.


—¿Siempre es tan brusca para pedir las cosas, señora Calhoun?


—Eso es por la vejez, y porque no me gusta perder el tiempo —dijo tía Carolina, y aceptó la taza de té que le dio Paula. Un té caliente y fuerte, muy a su gusto—. Ahora, siéntate y escucha lo que voy a decirte. Y no me contradigas, jovencita.


—Le tengo mucho afecto a Coco —dijo Paula—. Y usted la ha hecho avergonzarse.


—¿Coco avergonzada? ¡Ja! Ella y ese oso tatuado llevan días acostándose juntos. Lo único que he hecho es darle un empujoncito para que se atreva a decirlo públicamente —dijo y miró a Paula con complicidad—. Eres muy leal, ¿verdad?


—Sí.


—Yo también lo soy. Esta mañana he hecho unas cuantas llamadas, a amigos de Boston. Amigos con influencias. Chist —le dijo a Paula cuando esta quiso hablar—. Yo detesto la política, pero a veces es necesaria para bailar con el diablo. Dumont tiene que saber que cualquier contacto contigo, o con tu hijo, será fatal para sus ambiciones. No volverá a molestarte.


Paula frunció los labios. Hasta aquel momento, la amenaza de Bruno había pendido como una espada de Damocles sobre su cabeza, pero, tras las palabras de Carolina, desapareció por completo.


—¿Por qué lo ha hecho?


—Odio a los cerdos, sobre todo a los cerdos que interfieren en la felicidad de mi familia.


—Yo no soy tu familia —dijo Paula con suavidad.


—¡Ja! Eso te crees tú. Has metido las narices en territorio Calhoun, jovencita. Eres una de los nuestros, para siempre.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.


—Señora Calhoun —dijo Paula, pero tía Carolina la interrumpió con unos golpecitos de bastón. Dio un respingo y prosiguió—: Tía Carolina, muchas gracias.


—De nada —dijo Carolina, y carraspeó para aclararse la garganta. Luego elevó la voz—. ¡Dejad de escuchar detrás de la puerta! ¡Ya podéis entrar!


La puerta se abrió, y Coco fue la primera en entrar. Se acercó a Carolina y le dio un beso.


—Dejaos de tonterías —dijo tía Carolina, apartando a sus sobrinas—. Quiero que la chica me cuente cómo ese joven tan apuesto tiró a ese cerdo al agua.


Paula se echó a reír, secándose los ojos.


—Antes le sacudió.


—¡Ja! —dijo Carolina, agitando el bastón como señal de apreciación—. No ahorres detalles. No ahorres detalles.




No hay comentarios:

Publicar un comentario