domingo, 11 de agosto de 2019

CAPITULO 48 (QUINTA HISTORIA)




Solo, Pedro se metió en el agua como pudo. La primera punzada de dolor pasó, transformándose gradualmente en algo parecido al placer. Cuando salió, lo peor pareció haber pasado.


Hasta que se miró al espejo.


Tenía un apósito debajo del ojo izquierdo, otro en el pómulo. El ojo derecho parecía un tomate podrido, tenía el labio hinchado y una herida en la mandíbula.


Se puso una toalla en la cintura y volvió a la habitación, justo cuando Paula entraba desde el pasillo.


—Lo siento —dijo Paula frunciendo los labios, para no decir cualquier tontería —. Amelia pensaba que tal vez te hiciera falta otra almohada o más toallas.


—Gracias —dijo Pedro acercándose a la cama y echándose con un suspiro de alivio.


Paula dio gracias por tener algo práctico que hacer y ayudó a Pedro a arreglar las almohadas y a abrir la cama.


—¿Si puedo hacer algo por ti? ¿Quieres más hielo? ¿Un poco de sopa?


—No, estoy bien.


—Por favor, quiero ayudar, necesito ayudar —dijo Paula. Ya no podía soportarlo por más tiempo, y le puso la mano en la mejilla—. Te han hecho daño. Lo siento mucho.


—Solo son unos golpes.


—No me digas eso, estoy viendo lo que te han hecho —dijo Paula, conteniendo su furia y miró a Pedro a los ojos—. Sé que estás enfadado conmigo, pero ¿me dejas que haga algo para ayudarte?


—Creo que será mejor que te sientes —dijo Pedro, y cuando Paula se sentó, le
tomó la mano. Necesitaba el contacto físico tanto como ella—. Has estado llorando.


—Un poco —dijo Paula, observando los nudillos heridos de Pedro—. Me he sentido muy mal al verte así. Has dejado que Coco te atendiera y ni siquiera me has mirado —dijo Paula, presa de la emoción—. No quiero perderte, Pedro. Es solo que acabo de encontrarte y no quiero cometer otro error.


—Y todo tiene que ver con él, ¿verdad?


—No, no. Tiene que ver conmigo.


—Con lo que te hizo.


—Bueno, sí —dijo Paula, apoyando la mano de Pedro en su mejilla—. Por favor,no te alejes de mí. Todavía no tengo todas las respuestas, pero sé que cuando Hernan dijo que estabas herido, se me paró el corazón. Nunca he tenido tanto miedo. Significas mucho para mí, Pedro. Deja que te cuide hasta que estés mejor.


—Bueno —dijo Pedro, acariciándole el pelo—, puede que esta vez Dumont me haya hecho un favor.


—¿Qué quieres decir?


Pedro negó con la cabeza. Seguramente el calmante empezaba a hacer efecto. No quería decírselo, al menos no todavía, pero le pareció que tenía derecho a saberlo.


—Dumont contrató a esos hombres.


Paula se quedó pálida.


—¿Qué estás diciendo? ¿Bruno les pagó para que te dieran un paliza?


—Para que me dieran una lección, eso es todo. Supongo que me la tenía jurada desde que lo tiré al agua —dijo Pedro, se movió, e hizo una mueca—. Pero podía haber contratado a un par de profesionales, esos dos eran aficionados.


—Ha sido Bruno—dijo Paula, y cerró los ojos—. Por mi culpa.


—Y un cuerno. Nada de esto ha sido culpa tuya. Es un cerdo, mira lo que te hizo a ti, a Susana y a los niños, y ni siquiera tiene valor para pelear, tiene que contratar a alguien. Además, yo les di a ellos, ni siquiera consiguió lo que se proponía.


—¿Crees que eso importa?


—A mí sí. Si quieres hacer algo por mí, Paula, si de verdad quieres hacer algo por mí, olvídate de él de una vez.


—Es el padre de Kevin —susurró Paula—. Me pongo enferma solo de pensarlo.


—No es nadie. Échate a mi lado.


Paula sabía que se estaba esforzando para no caer dormido bajo el efecto del calmante, y se tendió. Tomó su cabeza y la apoyó suavemente sobre su seno.


—Duerme —dijo—. No pensemos en nada.


Pedro suspiró y se dio cuenta de que se dormía.


—Te quiero, Paula.


—Lo sé —dijo Paula, y permaneció despierta cuando él dormía.


Ninguno de los dos vio al niño que miraba por la rendija de la puerta, con los ojos bañados en lágrimas.




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