miércoles, 29 de mayo de 2019
CAPITULO 24 (PRIMERA HISTORIA)
Acababan de empezar otra vez cuando entró Pedro. Miró a Paula y se encontró con una pared sólida de hielo. Al volverse hacia Amelia, no le fue mucho mejor.
—Pensaba que no os iría mal un poco de ayuda —dijo.
Amelia miró a su hermana y notó que Paula empleaba el tratamiento del silencio, arma que consideraba muy efectiva.
—Eres muy amable, Pedro—Amelia le dedicó una sonrisa que habría congelado lava derretida—. Pero realmente se trata de un problema familiar.
—Deja que ayude —Paula no se molestó en alzar la vista—. Supongo que es un experto en el papeleo.
—Muy bien, entonces —Amelia se encogió de hombros e indicó otra silla plegable—. Estoy organizando de acuerdo a contenido y año.
—Perfecto —acercó la silla y se sentó frente a ella. Trabajaron en un silencio gélido—. Aquí está la factura de un arreglo —comentó, sin que le hicieran caso—. El arreglo de un cierre.
—Déjame ver —Amelia y a se lo había arrebatado de la mano antes de que Paula cruzara la estancia—. No pone de qué tipo de collar —musitó.
—Pero las fechas coinciden —apuntó Paula—. 16 de julio de 1912.
—¿Me he perdido algo? —les preguntó Pedro. Amelia aguardó un momento, vio que su hermana no iba a contestar y alzó la vista.
—Hemos encontrado una agenda de Bianca. Tenía un apunte para recordarse que tenía que llevar a arreglar el cierre de las esmeraldas.
—Puede que esto sea lo que necesitáis —tenía los ojos clavados en Paula.… pero fue Amelia quien respondió.
—Quizá sea suficiente para convencernos de que en 1912 el collar Chaves existía, pero dista mucho de ayudarnos a dar con él —dejó el recibo a un lado—. Veamos qué más encontramos.
En silencio, Paula regresó a los papeles.
Unos momentos más tarde, Lila llamó desde el pie de la escalera.
—¡Amelia! ¡Teléfono!
—Di que más tarde los llamo.
—Es el hotel. Han dicho que era importante.
—Maldición —dejó las gafas antes de mirarlo con ojos entrecerrados—. Regresaré en unos minutos.
—Es muy protectora —comentó Pedro al oír alejarse los pasos rápidos.
—Nos apoyamos —comentó Paula y dejó un papel sobre un montón sin tener ni idea de su contenido.
—Eso he notado. Paula…
—¿Sí? —preparada para todo, lo miró con frialdad.
—Quería asegurarme que te encontrabas bien.
—De acuerdo. ¿En qué sentido?
Paula tenía la mejilla manchada de polvo. Tuvo unas ganas enormes de sonreírle e indicárselo.
De oírla reír mientras se lo quitaba.
—Después de lo sucedido anoche… sé lo irritada que estabas al marcharte de mi habitación.
—Sí, estaba irritada —giró otro papel—. Supongo que monté una escena.
—No, no me refería a eso.
—Yo sí —se obligó a sonreír—. Supongo que esta vez me toca a mí ofrecer una disculpa. Todo lo que pasó durante la sesión se me subió a la cabeza —«a mí corazón» , se dijo—. Debí parecer y sonar como una idiota al ir a tu habitación.
—No, desde luego que no —«está demasiado indiferente», pensó. Lo desconcertaba verla tan serena—. Dijiste que me amabas.
—Sé lo que dije —su voz descendió otros diez grados, pero la sonrisa no se movió—. ¿Por qué no lo achacamos al estado de ánimo del momento?
Él comprendió que resultaba razonable. Pero no supo por qué se sentía tan perdido.
—Entonces, ¿no hablabas en serio?
—Pedro, apenas nos conocemos desde hace unos días —se preguntó si quería hacerla sufrir.
—Pero parecías tan… devastada cuando te fuiste.
—¿Te lo parezco ahora? —enarcó una ceja.
—No —respondió despacio—. No lo pareces.
—Bueno, pues olvidemos el asunto —al hablar, el sol se perdió detrás de unas nubes—. Eso sería lo mejor para los dos, ¿no?
—Sí —era lo que había querido. Sin embargo, se sintió vacío al incorporarse —. Quiero lo mejor para ti, Paula.
—Perfecto —estudió el papel que tenía en la mano—. Si bajas, pídele a Lila que traiga algo de café cuando suba.
—De acuerdo.
Ella esperó hasta tener la certeza de que se había ido antes de cubrirse el rostro con las manos. Descubrió que se había equivocado. No había agotado todas las lágrimas.
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