miércoles, 29 de mayo de 2019

CAPITULO 28 (PRIMERA HISTORIA)




Para los Chaves, las reuniones familiares eran tradicionalmente ruidosas, apasionadas y estaban llenas de lágrimas y risas. Esa mostraba una quietud anormal. Amelia, en su calidad de consejera de finanzas, se sentaba a la cabecera de la mesa.


En la habitación reinaba el silencio.


Susana y a había metido a los niños en la cama. Había resultado algo más fácil de lo habitual, y a que los dos se habían agotado con Fred… y viceversa.


Justo después de la cena, Pedro se había excusado con discreción. « Como si importara» , pensó Paula. Él no iba a tardar en conocer el resultado.


Temía que todo el mundo y a lo conociera.


—Creo que todas sabemos qué hacemos aquí —comenzó Amelia—. Pedro regresa a Boston el miércoles, y sería mejor para todos si le comunicáramos nuestra decisión sobre la casa antes de que se marchara.


—Sería mejor si nos concentráramos en encontrar el collar —la expresión obstinada de Lila se vio descompensada por la forma nerviosa con que daba vueltas a los cristales de obsidiana que tenía alrededor del cuello.


—Todas seguimos buscando los papeles —Susana apoyó una mano en el brazo de Lila—. Pero creo que hemos de enfrentarnos a la realidad de que encontrar el collar podría tomarnos mucho tiempo. Más del que disponemos.


—Treinta días es todo lo que disponemos —todos los ojos se volvieron hacia Amelia—. La semana pasada recibí una notificación del abogado.


—¡La semana pasada! —exclamó Coco—. ¿Stridley se puso en contacto contigo y ni siquiera lo mencionaste?


—Esperaba poder conseguir una prórroga sin preocupar a nadie —apoyó la mano sobre la carpeta que depositó en la mesa—. No ha sido posible. Hemos estado pagando los impuestos atrasados, pero la dura realidad es que no hemos progresado mucho. Nos va a llegar el pago del seguro. Podemos cubrirlo, y la hipoteca… por el momento. Las facturas de servicios por el invierno han sido más altas de lo acostumbrado, y la nueva caldera y la reparación del techo se han comido gran parte de nuestro presupuesto.


—¿Cuán grave es la situación? —Paula levantó una mano.


—Peor imposible —Amelia se frotó la sien con la esperanza de desterrar el dolor que comenzaba a sentir—. Podríamos vender algunas piezas más y mantener la cabeza por encima del agua. Justo. Pero dentro de un par de meses debemos pagar impuestos otra vez, y volveremos al sitio de partida.


—Puedo vender mis perlas —empezó Coco, pero Lila la cortó.


—No. Bajo ningún concepto. Hace tiempo acordamos que había algunas cosas que no se podían vender. Si hemos de enfrentarnos a los hechos —añadió con tono lúgubre—, hagámoslo ya.


—Las cañerías están rotas —continuó Amelia, y tuvo que carraspear para eliminar el nudo que le atenazó la garganta—. Si no cambiamos el cableado eléctrico, podríamos terminar rodeadas de cenizas. La minuta de los abogados de Susana…


—Ese es problema mío —interrumpió Susana.


—Ese es nuestro problema —corrigió Amelia, y recibió una nota unánime de aceptación—. Somos familia —prosiguió—. Juntas hemos pasado por lo peor, y lo arreglamos. Hace seis o siete años, daba la impresión de que todo iba a ir bien. Pero… los impuestos han subido, junto con el seguro, las reparaciones, todo. No somos indigentes, pero la casa nos come cada centavo libre, y algo más. Si pensara que podíamos capearlo, aguantar uno o dos años más, estaría a favor de vender la Limoges o algunas antigüedades. Pero es como tratar de tapar un agujero en un dique y ver cómo surgen otros nuevos mientras tus dedos resbalan.


—¿Qué quieres decir, Amelia ? —preguntó Paula.


—Que la única elección realista que veo es vender la casa —Amelia apretó los labios—. Con la oferta de Alfonso, podemos pagar las deudas, conservar casi todo lo que tiene importancia para nosotras y comprar otra. Si no vendemos, de todos modos dentro de unos meses nos la van a quitar —una lágrima cayó por su mejilla—. Lo siento. Me es imposible encontrar otra salida.


—No es culpa tuya —Susana le tomó la mano—. Todas sabíamos que iba a suceder.


—La protección que teníamos —Amelia movió la cabeza—, la hemos perdido en el colapso de los mercados financieros. No hemos sido capaces de recuperarnos. Sé que fui yo quien realizó las inversiones…


—Nosotras las realizamos —Lila inclinó el torso para tomarle también la mano—. Con la recomendación de un importante agente de bolsa. Si el suelo no se nos hubiera abierto, si nos hubiera tocado la lotería, si Bruno no hubiera sido un canalla codicioso, tal vez ahora las cosas fueran diferentes. Pero no lo son.


—Seguiremos estando juntas —Coco añadió su mano—. Eso es lo que importa.


—Eso es lo que importa —convino Paula y puso su mano encima de todas. Y eso, aunque solo fuera eso, estaba bien—. ¿Qué hacemos ahora?
Luchando por mantenerse serena, Amelia se recostó en la silla.


—Supongo que pedirle a Pedro que baje para asegurarnos de que su oferta sigue vigente.


—Iré a buscarlo —Paula se apartó de la mesa para salir aturdida de la habitación.


No podía creerlo. Incluso al atravesar todos los cuartos, salir al vestíbulo, subir por la escalera con la mano apoyada en la barandilla, no podía creerlo. Nada de eso sería suyo durante mucho más tiempo.


Dentro de poco no podría salir de su habitación a la terraza de piedra para contemplar el mar. 


No podría subir hasta la torre de Bianca y encontrar a Lila acurrucada en el mirador, soñando a través del cristal polvoriento. O a Susana trabajar en el jardín con los niños corriendo por el césped cercano. Amelia no
bajaría a toda velocidad la escalera para ir a alguna parte o en busca de algo. La tía Coco no volvería a estar con sus recetas en la cocina.


En cuestión de momentos, la vida que había conocido se terminaría. La nueva aún tenía que llegar. Se encontraba en alguna parte de un purgatorio, demasiado aturdida por la pérdida para sentir dolor.



2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyyyy cómo que van a vender la casa? Ojalá Pedro las ayude y no pierdan la casa.

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  2. Ay noooooo!!! Que llegue la solución por favor!!

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