miércoles, 29 de mayo de 2019
CAPITULO 26 (PRIMERA HISTORIA)
Cuando Pedro regresó, el animal disponía de un lugar de honor junto a la chimenea de la cocina y de la atención absoluta de cuatro mujeres hermosas.
—Esperad a que Susy y los niños vuelvan a casa —decía Amelia—. Les encantará. Tía Coco, por lo que veo le gusta tu paté de hígado.
—Es evidente que se trata de un gastrónomo entre perros —Lila, apoyada sobre manos y rodillas, acercó la nariz al hocico del animal—. ¿Verdad que sí, precioso?
—Creo que debería comer algo más suave —Coco también se hallaba en el suelo, cautivada—. Con el cuidado adecuado, será muy guapo.
El cachorro, sorprendido por su buena suerte, corrió en círculos. Al ver a Pedro, fue hacia él, tropezando con sus propias patas. Las mujeres se levantaron y le hicieron preguntas al unísono.
—Un momento —dejó la bolsa de la compra sobre la mesa y luego se agachó para acariciar la barriga del cachorro—. No sé de dónde viene. Lo encontré cuando daba un paseo por los riscos. Estaba escondido. ¿Verdad, amigo?
—Supongo que deberíamos preguntar por aquí, para ver si alguien lo ha perdido —comenzó Coco, luego alzó una mano cuando sus sobrinas manifestaron unánime desacuerdo—. Es lo justo. Pero depende de Pedro, y a que es él quien lo ha encontrado.
—Creo que deberíais hacer lo que os pareciera mejor —se levantó para sacar la leche de la bolsa—. Sin duda le gustaría un poco.
Amelia y a había sacado un plato y discutía con Lila sobre la cantidad adecuada para el nuevo invitado.
—¿Qué más has traído? —Paula señaló la bolsa.
—Unas pocas cosas —se encogió de hombros y se rindió—. Pensé que tendría que llevar un collar —sacó un collar rojo con remaches plateados.
—Muy a la moda —Paula no pudo contener la sonrisa.
—Y una correa —también la depositó en la mesa—. Comida para cachorro.
—Mmm —Paula se puso a revisar la bolsa—. Y un manjar: un hueso.
—Querrá mordisquear algo —informó él.
—Claro que sí. Una pelota y un ratón de goma —riendo, apretó el juguete.
—Debería tener algo con lo que jugar —no quiso añadir que había buscado una casa y un cojín para perros, pero sin poder encontrarlos.
—No sabía que fueras un blando.
—Yo tampoco —bajó la vista al cachorro saltarín y feliz.
—¿Cómo se llama? —quiso saber Lila.
—Bueno, yo…
—Tú lo encontraste, así que serás tú quien lo bautice.
—Date prisa —aconsejó Amelia—. Antes de que Lila lo esclavice con algo como Griswold.
—Fred —dijo impulsivamente—. A mí me parece un Fred.
En absoluto impresionado por el nombre recibido, Fred se echó con una oreja en el plato con leche y se puso a dormir.
—Bueno, arreglado —Amelia acarició al cachorro una última vez antes de ponerse de pie—. Vamos, Lila, es tu turno.
—Os echaré una mano —con el instinto a flor de piel, Coco se llevó a sus dos sobrinas fuera de la habitación para dejarlos a solas.
—Será mejor que yo también me vaya —Paula se dirigió hacia la puerta.
—Espera —Pedro la detuvo con una mano en el brazo.
—¿Para qué?
—Para… espera.
—Espero —se quedó allí, conteniendo el dolor.
—Yo… ¿cómo tienes la mano?
—Bien.
—Estupendo —se sentía como un idiota—. Es estupendo.
—Si eso es todo…
—No. Quería decirte… noté un traqueteo en el coche al ir a la ciudad.
—¿Un traqueteo? —frunció los labios—. ¿Qué clase de traqueteo?
«Uno imaginario» , pensó Pedro, pero se encogió de hombros.
—Simplemente un traqueteo. Esperaba que pudieras echarle un vistazo.
—De acuerdo. Llévalo mañana al taller.
—¿Mañana?
—Tengo las herramientas allí. ¿Querías algo más?
—Al pasear, no dejé de desear que estuvieras a mi lado.
Paula apartó la vista hasta que tuvo la certeza de que había reconstruido la brecha en su muralla defensiva.
—Queremos cosas diferentes, Pedro. Dejémoslo así —se volvió hacia la puerta—. Trata de llevarme el coche temprano —añadió sin darse la vuelta—. Mañana he de cambiar un tubo de escape.
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