miércoles, 5 de junio de 2019

CAPITULO 13 (SEGUNDA HISTORIA)




«Guillermo Livingston» , se repitió Paula, con la mirada fija en el impreso de registro. De Nueva York. Si podía permitirse pasar un par de semanas en la suite Island, eso quería decir que tenía tanto dinero como encanto, elegancia y buen gusto con la ropa. Si hubiera estado buscando un hombre, aquel caballero habría satisfecho todos sus requisitos. Abrió el listín telefónico y se puso a buscar un servicio de alquiler de máquinas de fax.


—Hola, Chaves.


Con un dedo en una página de la agenda, alzó la mirada. Era Pedro, con su camisa de franela enrollada hasta los codos, levemente despeinado, apoyado indolentemente sobre el mostrador.


—Estoy ocupada —pronunció, despreciativa.


—¿Trabajando hasta tarde?


—Qué sagaz.


—Estás preciosa con ese traje —deslizó un dedo por la solapa de su chaqueta roja—. En plan modosita y recatada, claro.


Lejos del pequeño sobresalto que sufrió su pulso cuando Guillermo Livingston le estrechó la mano, el contacto de Pedro le aceleró violentamente el corazón.


—¿Tienes algún problema con tu habitación? —inquirió disgustada.


—No. Es muy bonita.


—¿Con el servicio?


—No podría quejarme de nada.


—Entonces, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.


—Oh, ya lo suponía. No he dejado de observarte durante la última media hora.


¿Me has estado observando? —exclamó, frunciendo el ceño.


Pedro mantuvo fija la mirada en sus labios, evocando su sabor.


—Sí. Mientras me tomaba una cerveza.


—Debe de ser muy agradable tener tanto tiempo libre. Y ahora…


—Lo importante no es la cantidad, sino el saber aprovecharlo. Y dado que te resultó… imposible desayunar conmigo, ¿por qué no cenamos juntos?


Consciente de que sus compañeras mantenían los oídos bien abiertos, Paula bajó la voz.


—¿Aún no se te ha metido en la cabeza que no estoy interesada?


—No —sonrió, y le hizo un guiño a Karen, que se había acercado discretamente—. Dijiste que no te gustaba malgastar el tiempo. Así que pensé que podríamos cenar un poco y retomar aquello que habíamos dejado empezado esta mañana.


Paula recordó aquellos segundos en que se había sentido perdida en sus brazos. Con la mente nublada y el pulso latiéndole a toda velocidad. Se había quedado contemplando fijamente sus labios cuando una irónica sonrisa la devolvió de pronto a la realidad.


—Estoy ocupada, y no tengo ningún deseo…


—Tienes mucho deseo, Paula.


—No quiero cenar contigo, ¿está claro?


—Como el cristal. Estaré arriba si se te abre el apetito —de repente sacó la rosa que había mantenido oculta detrás de la espalda y se la puso en la mano—. No trabajes demasiado.


—Qué suerte. Dos pretendientes en una sola tarde —murmuró segundos después Karen, viendo alejarse a Pedro—. Dios mío, qué manera de llevar unos vaqueros.


Para sus adentros, Paula no pudo más que darle la razón, y se maldijo a sí misma.


—Es un hombre grosero, irritante e insoportable —pero se acarició una mejilla con el capullo de rosa.


—De acuerdo, entonces yo me quedaré con el segundo candidato. Así podrás dedicarte tú al de Nueva York.


—A lo que me voy a dedicar es a trabajar. Y tú también. Stenerson está al caer, y lo último que necesito es que un maldito vaquero altere mi rutina de trabajo.


—Ojalá se ofreciera ese tipo a alterar la mía —musitó Karen antes de continuar con sus tareas.


Paula se prometió que no volvería a pensar en él. Dejó la rosa a un lado, pero al rato volvió a tomarla. Después de todo, la culpa no era de la flor, que se merecía que la pusieran en agua y la admiraran por su belleza. Un tanto ablandada, aspiró su aroma y sonrió. Pedro había tenido un gesto muy dulce al regalársela. Por muy irritante que se hubiera mostrado con ella, habría debido darle las gracias.


De repente sonó el teléfono. Con gesto ausente, descolgó el auricular.


—Recepción, Paula Chaves al habla. ¿En qué puedo ayudarlo?


—Solo quería oírte decir eso —rio Pedro—. Buenas noches, Chaves.


Mascullando una maldición, Paula volvió a colgar.


No obstante, sin saber por qué, se echó a reír cuando se llevó la rosa a su despacho para buscar un vaso donde ponerla.



****

Corrí hacia él. Era como si otra mujer estuviera corriendo por el césped, ladera abajo, por las rocas. En aquel momento no existía lo justo o lo injusto. No existía ningún deber excepto el que me exigía mi propio corazón. Porque indudablemente era mi corazón el que guiaba mis pasos, mis ojos, mi voz.


Se había vuelto de espaldas al mar. La primera vez que lo vi se encontraba de frente al mar, librando su batalla personal con las pinturas y el lienzo. Pero en aquel instante solo estaba contemplando el agua. Cuando lo llamé, se giró en redondo. En su rostro pude ver el reflejo de mi propio gozo. Su risa era la mía mientras corría a mi encuentro. Me abrazó con tanta fuerza… Ocurrió lo que tanto había soñado. Su boca se adaptaba a la perfección a la mía, tan tierna y a la vez tan impaciente…


El tiempo no se detiene. Mientras estoy aquí sentada escribiendo esto, ahora lo sé. Pero entonces… oh, entonces sí que se detuvo. 


Solamente existía el viento y el rumor del mar y la simple maravilla de estar en sus brazos. Como si durante toda mi vida hubiera estado esperando a que sucediera aquel mágico instante.


De pronto se apartó, deslizó las manos por mis brazos hasta entrelazarlas con las mías, y se las llevó luego a los labios. Sus ojos se habían oscurecido, se habían vuelto del color del humo.


—Había hecho las maletas —dijo—. Lo había preparado todo para volver a Inglaterra. Quedarme aquí sin ti ha sido un infierno. Me volvía loco solo de pensar que quizá nunca más volvería a verte, a tocarte… Cada día, cada noche, Bianca, he suspirado por ti.


Yo le acariciaba el rostro, delineando sus rasgos como tantas veces había soñado hacerlo.


—Yo también temía no volver a verte. Intenté rezar para que no fuera así —me aparté de él, repentinamente avergonzada—. Oh, ¿qué pensarás de mí? Soy la esposa de otro hombre, la madre de sus hijos…


—Aquí no —su voz era dura, aunque sus manos eran tiernas—. Aquí me perteneces. Aquí, donde te vi por vez primera hace ahora un año. No pienses en él.


Me besó otra vez, y ya no pude pensar. Ya no me importó nada.


—Te he esperado, Bianca, en el frío del invierno, en el calor de la primavera. Cuando intentaba pintar, era tu imagen la que asaltaba mi mente. Podía verte aquí, donde estás, con el viento haciendo ondear tu pelo, con la luz del sol tornándolo rojizo, y dorado. Intenté olvidarte —con sus manos en mis hombros, me miraba como si quisiera devorar mi rostro—. Intenté decirme que esto era un error, que por tu bien, cuando no por el mío, debía marcharme de aquí. Te imaginaba con él, asistiendo a un baile, al teatro, acostándote en su cama —sus dedos se tensaron sobre mis hombros—. «Ella es su esposa», me decía a mí mismo. «No tienes derecho a desearla, a esperar que venga a ti. Que te pertenezca».


Le acaricié los labios con la punta de mis dedos. 


Su dolor era el mío.


—He venido a ti. Te pertenezco.


Me dio la espalda. La sensatez y el amor luchaban en su interior.


—No tengo nada que ofrecerte.


—Tu amor sí. No deseo otra cosa —le respondí.


—Ya soy tuyo. He sido tuyo desde el primer momento en que te vi —se volvió otra vez hacia mí y me acarició una mejilla. Yo podía ver el arrepentimiento, y también el anhelo, en aquellos preciosos ojos—. Bianca, no hay futuro para nosotros. Ni puedo pedirte, y no te pediré, que renuncies a lo que tienes.


—Christian…


—No. No lo haré. Sé que me darías lo que te pidiera, lo que no tengo ningún derecho a pedirte, y que después me odiarías por ello.


—No —en aquel momento recuerdo que afloraron a mis ojos las lágrimas—. Yo nunca podría odiarte.


—Entonces me odiaría yo. Pero sí te pediré unas pocas horas de tu compañía en este verano, cuando puedas venir aquí… y podamos fingir los dos que el invierno nunca vendrá sonriendo —me besó con ternura—. Ven aquí y reúnete conmigo, Bianca, bajo la luz del sol. Déjame pintarte. Con eso me contentaré.


Y así cada mañana, cada día durante este dulce e interminable verano, me reuniré con él. En los acantilados, frente al mar, seremos todo lo felices que puedan serlo dos enamorados.




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