miércoles, 19 de junio de 2019

CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)




Un hombre salió a otra de las terrazas de la casa. Tenía el pelo rubio rojizo, enmarcando un rostro bronceado. Al ver a Pedro, se metió los pulgares en los bolsillos.


—Veo que te has levantado y estás dando una vuelta por los alrededores.


—Más o menos.


Aquel tipo tenía el aspecto de haber sido coceado por todo un equipo de mulas, pensó Samuel. Tenía el rostro mortalmente blanco, los ojos enrojecidos y la piel le sudaba por el esfuerzo de mantenerse en pie. El único motivo por el que no caía al suelo era por pura cabezonería. Eso le hizo contemplarlo con recelo.


—Me llamo Samuel O’Riley —le dijo, y le tendió la mano.


Pedro Alfonso.


—Sí, ya me lo han comentado. Paula dice que eres profesor de historia. ¿Estabas de vacaciones?


—No —Pedro frunció el ceño—. Creo que no.


No fue una forma de evadirse lo que Samuel vio en sus ojos, sino estupefacción mezclada con frustración.


—Supongo que todavía estás un poco afectado por lo ocurrido.


—Supongo que sí —con aire ausente, se llevó la mano al vendaje de la sien —. Estaba en un yate —musitó, mientras se esforzaba en visualizarlo—. Trabajando —¿pero en qué?—. El mar estaba muy agitado. Yo quería salir a cubierta, para tomar aire —se veía a sí mismo aferrado a la barandilla de cubierta. Aterrado—. Creo que me caí. —¿Saltó? ¿Lo tiraron?—. Debí caerme por la borda.


—Es extraño que nadie lo hay a denunciado.


—Samuel, déjalo en paz. ¿Acaso tiene aspecto de ser un ladrón de joyas? — Paula subió a grandes y lentas zancadas los escalones, con un perrillo negro a los pies. El perro corrió hacia Samuel, se enderezó e intentó sujetarse con las patas en sus vaqueros.


—Me preguntaba adónde habrías ido —continuó Paula. Lo tomó por la barbilla para examinar su rostro—. Parece que estás un poco mejor —decidió, mientras el cachorro comenzaba a olfatear los pies descalzos de Pedro—. Este es
Fred —le dijo—. Solo muerde a los delincuentes.


—Oh, estupendo.


—Y como tú acabas de contar con su aprobación, ¿por qué no descansas un
poco más? Puedes sentarte al sol y comer algo.
Pedro comprendió que no había nada que le apeteciera más y se dejó conducir por Paula.


—¿Esta es tu casa?


—Mi único y verdadero hogar. Mi bisabuelo la mandó construir en los años veinte. Cuidado con Fred —el cachorro se tambaleó, cayó entre ambos y gimió. Pedro, que se sentía tan torpe como él, lo compadeció al instante—. Estamos
pensando en enseñarle a bailar —comentó Paula mientras el perro intentaba levantarse. Al advertir la palidez de Pedro, le palmeó la mejilla—. Creo que deberías tomar un poco más de la sopa de tía Coco.


Lo hizo sentarse y no apartó la mirada de él mientras comía. Normalmente, sus instintos protectores estaban reservados a la familia o a pequeños pájaros heridos. Pero había algo en aquel hombre que la conmovía. Parecía tan fuera de su elemento, pensó. Y tan indefenso.


Algo ocurría detrás de aquellos enormes ojos azules, reflexionó. Algo que iba más allá del cansancio. Casi podía ver el esfuerzo mental que estaba haciendo para organizar sus pensamientos.




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