miércoles, 26 de junio de 2019
CAPITULO 34 (TERCERA HISTORIA)
En una casa del tamaño de Las Torres no era difícil evitar a alguien durante un día o dos. Pedro advirtió que Paula se había mantenido fuera de su camino sin hacer el menor esfuerzo durante ese período de tiempo.
Y no podía culparla por ello después de lo mal que había llevado las cosas.
Aun así, lo sacaba de quicio que no hubiera aceptado su sincera disculpa. En vez de aceptarla, se había puesto… Maldita fuera, si al menos supiera exactamente cómo se había puesto. De lo único que estaba seguro era de que había dado la vuelta a sus palabras, a sus intenciones, y después se había marchado encolerizada.
Y la echaba terriblemente de menos.
Había estado bastante ocupado, enterrado en su investigación, en los documentos de la familia que tan minuciosamente había archivado Amelia
atendiendo a la fecha de sus contenidos. Había encontrado lo que consideraba la última aparición pública de las esmeraldas, se trataba de un artículo de un periódico sobre un baile que se había celebrado en Bar Harbor el diez de agosto de mil novecientos trece. Dos semanas antes de la muerte de Bianca.
Aunque lo consideraba una posibilidad bastante remota, había comenzado a elaborar una lista de los empleados que estaban trabajando en Las Torres durante el verano de mil novecientos trece. Algunos de ellos incluso podrían estar vivos.
Seguirles el rastro a través de sus familiares podría ser difícil, pero no imposible.
Ya había entrevistado a otros ancianos con anterioridad para que compartieran con él los recuerdos de su juventud. Con mucha frecuencia, sus recuerdos eran tan claros como el cristal.
La idea de hablar con alguien que hubiera conocido a Bianca, que las hubiera visto a ella y a las esmeraldas, lo emocionaba. Un empleado recordaría Las Torres tal como habían sido, habría conocido las costumbres de sus patrones. Y, sin duda alguna, también sus secretos.
Confiando en aquella idea, Pedro se inclinó sobre la lista.
—Ya veo que estás trabajando duramente.
Pedro alzó la mirada y pestañeó al ver a Paula en la puerta. No hizo falta que nadie le dijera a Paula que acababa de arrancar a Pedro del pasado. Su mirada perpleja hizo que le entraran ganas de abrazarlo. Pero se reprimió y se apoyó perezosamente contra el marco de la puerta.
—¿Interrumpo algo?
—Sí… No —maldita fuera, la boca se le estaba haciendo agua—. Yo solo…, estaba haciendo una lista.
—Tengo una hermana con el mismo problema.
Paula iba vestida con un vestido de algodón blanco; su pelo de gitana, aquella melena de fuego, caía libremente sobre él. Los dos pendientes de malaquita que llevaba en las orejas se mecieron mientras cruzaba la habitación.
—Amelia —dejó a un lado el bolígrafo que tenía en la mano. A esas alturas estaba y a empapado en sudor—. Ha hecho un magnífico trabajo catalogando toda esta información.
—Es una fanática de la organización —con un gesto completamente natural, apoyó la cadera en la mesa en la que Pedro estaba trabajando—. Me gusta tu camiseta.
Era la única que Paula había elegido por él, aquella del dibujo de la langosta.
—Gracias. Pensaba que estarías trabajando.
—Hoy es mi día libre —se apartó de la mesa, la rodeó y miró por encima de su hombro—. ¿Tú nunca te lo tomas?
Aunque sabía que era ridículo, sintió que se tensaban todos sus músculos.
—¿Tomarme qué?
—Un día libre —se echó la melena a un lado y se volvió para mirarlo—, para disfrutar.
Lo estaba haciendo deliberadamente, no cabía ninguna duda. Quizá disfrutara viéndolo hacer el ridículo.
—Estoy ocupado —consiguió apartar la mirada de la boca de Paula y fijarla en la lista que estaba elaborando. No fue capaz de leer un solo nombre—. Muy ocupado —añadió casi desesperadamente—. Estoy intentando anotar todos los nombres de las personas que trabajaban en la casa durante el verano en el que murió Bianca.
—Una tarea difícil.
Se inclinó hacia delante, encantada con su reacción. Definitivamente, tenía que ser más que lujuria. Un hombre no se resistía con tanta fuerza a un sentimiento tan básico como el deseo.
—¿Necesitas ayuda?
—No, este es un trabajo para una sola persona —y quería que Paula se marchara antes de que él comenzara a gimotear.
—El ambiente debió ser terrible en la casa después de que Bianca muriera. Y peor todavía para Christian, que tuvo que enterarse de la noticia y leer todo sobre lo ocurrido sin poder hacer nada. Creo que la quería mucho. ¿Tú has estado enamorado alguna vez?
Una vez más, Paula consiguió arrastrar la mirada de Pedro hacia ella. En aquel momento no sonreía. No había ningún brillo de humor en su mirada. Por alguna razón, Pedro tuvo la sensación de que aquella era la pregunta más seria que le había hecho Paula desde que la conocía.
—No.
—Yo tampoco. ¿Cómo crees que será?
—No lo sé.
—Pero tienes que tener una opinión —se inclinó ligeramente hacia él—. Una teoría, alguna idea…
Pedro se sentía completamente hipnotizado.
—Debe ser como tener tu propio mundo privado. Como un sueño, en el que todo se intensifica y desaparece la lógica, pero es completamente tuyo.
—Eso me gusta —Pedro observó que la boca de Paula se curvaba en una sonrisa. Casi podía saborearla—. ¿Te gustaría dar un paseo conmigo, Pedro?
—¿Un paseo?
—Sí, conmigo, por los acantilados.
Pedro ni siquiera estaba seguro de si podría levantarse.
—Sí, no estaría mal dar un paseo.
Sin decir nada, Paula le tendió la mano. Cuando él se levantó, lo condujo hacia las puertas de la terraza.
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