sábado, 15 de junio de 2019

CAPITULO FINAL (SEGUNDA HISTORIA)




Coco soltó un suspiro nostálgico, soñador.


—¡Oh, cuánto debieron de haberse amado!
Paula alisó cuidadosamente la carta, lamentando que se hubiera arrugado tanto.—
Supongo que nunca tuvo oportunidad de enviársela. Durante todos estos años estuvo mezclada con facturas y recibos.


—Y esta noche la hemos encontrado nosotras, y no Livingston —le recordó Lila.


Suerte —murmuró Paula.


—El destino —insistió Lila.


Cuando sonó el teléfono, Paula fue la primera en contestar.


—Es la policía —informó, antes de escuchar atentamente—. Entiendo. Sí, gracias por avisarnos —colgó, suspirando—. Parece que ha escapado. No volvió al Bay Watch para recoger sus cosas.


—¿Cree la policía que volverá aquí? —alarmada, Coco se llevó una mano al pecho.


—No, pero mantendrán vigilada la casa hasta asegurarse de que haya dejado la isla.


—Supongo que a estas alturas y a estará camino de Nueva York —comentó Susana—. Y si se le ocurre volver, estaremos preparadas.


—Más que preparadas —asintió Paula—. Ya están dando al público su descripción física, pero… bueno, supongo que ya no podemos hacer nada más por esta noche.


—No —Pedro se le acercó—. Todavía queda algo —levantándola del sofá, se la llevó fuera del salón—. Tendréis que disculparnos.


—Ellas te disculparán, pero yo no —protestó Paula—. Suéltame.


—De acuerdo —le soltó el brazo, pero al momento la alzó en vilo y se la cargó al hombro—. Contigo siempre tiene que ser por las malas.


—Hey, ¡no dejaré que me cargues como un saco de patatas! —forcejeó cuando Pedro empezó a subir con ella las escaleras.


—Nos habíamos dejado algunos cabos sueltos antes de que te escaparas del almacén para encontrarte de bruces con ese tipo. Y ahora vamos a atarlos. Recuerda que a ti siempre te ha gustado aclarar las cosas, Chaves.


—Tú no sabes lo que me gusta o lo que no me gusta —consiguió darle un puñetazo en la espalda—. Tú no sabes nada.


—Entonces ya es hora de que lo sepa —abrió de una patada la puerta de su dormitorio, entró y la dejó caer sobre la cama—. Siéntate. Vamos a resolver esto de una vez por todas.


Pero Paula se cubrió el rostro con las manos y estalló en sollozos. Los acontecimientos de las últimas horas habían ido acumulando en su interior una tensión que se desbordó de golpe. Con un gemido, Pedro se le acercó.


—No hagas eso, Pau.


Paula se limitó a negar con la cabeza y siguió sollozando.


—Oh, por favor —insistió con voz suave, arrodillándose frente a ella—. Lo siento, cariño. Sé lo mal que lo has pasado esta noche. Sé que debería haber esperado, pero… —maldiciéndose, le acarició un brazo—. Mira, pégame, si así te sientes mejor.


Paula aspiró profundamente y le propinó un fuerte puñetazo, que lo tumbó de espaldas. A través de un velo de lágrimas, vio cómo se pasaba el dorso de una mano por la boca.


—Vaya, me había olvidado de lo literal que siempre has sido —se quedó sentado en el suelo—. ¿Ya has terminado de llorar?


—Creo que sí —se sacó un pañuelo del bolsillo—. Te está sangrando el labio.


—Ya —se dispuso a aceptar el pañuelo, pero Paula y a le estaba limpiando la sangre. Se echó a reír—. Dios mío, sí que pegas fuerte.


—Te está bien empleado por haberte tomado esto como un juego. Tuviste suerte de no acabar tumbado boca abajo en la carretera, con un tiro en la cabeza.


—¿Por eso estás tan enfadada? ¿Porque salí en persecución de Livingston?


—Yo te dije que no lo hicieras.


—Hey —la tomó de la barbilla, mirándola a los ojos—. ¿Crees que me iba a quedar de brazos cruzados después de que hubiera disparado contra ti? De lo único que me arrepiento es de no haber podido cazarlo.


—Esa es una estúpida actitud machista —le dijo, aunque se dejó acariciar la mejilla.


—Es la segunda vez en esta noche que me has llamado estúpido. Me gustaría volver a la primera vez que me lo llamaste.


Paula se retrajo instantáneamente.


—No quiero hablar de ello.


—Es una pena. Pero lo nuestro sigue pendiente. ¿Por qué reaccionaste con tanta agresividad cuando te mencioné lo del matrimonio?


—¿Que me lo mencionaste? Más bien me lo ordenaste.


—Yo solo te dije que…


—Lo diste por sentado —lo interrumpió, levantándose—. Solo porque te ame, porque hayamos hecho el amor, eso no te da derecho a dar nada por sentado. Ya te había dicho que tenía mis propios planes.


—Yo también tengo planes, y necesidades. Y resulta que tú figuras en todos ellos. Te amo, maldita sea. Tú eres la única mujer a la que he necesitado realmente en mi vida. La única con la que he deseado compartir mi vida, tener hijos, fundar un hogar. Dios sabe por qué, cuando eres tan terca como una mula, pero es así y no puedo evitarlo.


—¿Entonces simplemente por qué no me lo pediste?


Desconcertado, sacudió la cabeza.


—¿Pedirte el qué?


Paula se puso a pasear por la habitación, inquieta.


—Mira, no espero que te arrodilles ante mí con una mano en el corazón. Pero quizá un poco de música de violines no haría ningún daño —musitó—. O unas velas…


—¿Música de violines?


—Olvídalo —se detuvo para mirarlo, con las manos en las caderas—. ¿Crees que porque soy una mujer sensata y racional no necesito algo de romanticismo? Te presentas aquí, cambias toda mi vida, me haces amarte hasta la locura, y ni siquiera tienes el detalle de hacerlo bien, correctamente.


—Espera un poco —alzó una mano—. ¿Me estás diciendo que estás enfadada porque no te hice una petición de matrimonio más elaborada, al estilo tradicional?


—Simplemente ni siquiera me lo pediste —replicó Paula con los ojos brillantes—. ¿Por qué habrías de hacerlo? Ya sabías la respuesta, ¿no?


—Espérame un momento —le pidió de repente, y salió del dormitorio.


—Típico —le gritó Paula, y se dejó caer en la cama. Seguía rumiando su furia cuando volvió Pedro—. ¿Y ahora qué? —preguntó.


—Solo será un momento —dejó sobre la cómoda la grabadora que llevaba en la mano, y se sacó del bolsillo una caja de cerillas. 


Sistemáticamente empezó a encender todas las velas de las que se había provisto. Una vez realizada esa tarea, apagó las luces.


—¿Qué estás haciendo?


—Creando el ambiente adecuado para escenificar mi petición de matrimonio sin que me la arrojes a la cara.


Paula saltó de la cama, con la barbilla bien alta.


—Y ahora te estás riendo de mí.


—No, ni hablar. Maldita sea, Paula, ¿vas a seguir discutiendo conmigo durante toda la noche o me vas a dejar que arregle las cosas?


Había tanta desesperación en su voz que Paula se calló, reflexionando.


Advirtió que no parecía muy cómodo con aquella situación, y no pudo evitar sonreírse. Estaba haciendo todo aquello por ella. Porque la amaba.


—Te dejaré intentarlo. ¿Qué es eso? —señaló la grabadora.


—Es de Lila —pulsó el botón del play. Una suave melodía de violines resonó en la habitación. La sonrisa de Paula se amplió, al tiempo que se le aceleraba el corazón.


—Es muy bonita.


—Tú también, y debería habértelo dicho más a menudo —le tendió una mano.


—No es un mal momento para empezar —se la aceptó.


—Te amo, Paula —con exquisita delicadeza, le acarició los labios con los suyos—. Amo a todas las mujeres que hay en ti. A la que hace listas de todo y guarda cuidadosamente sus zapatos en el armario. A la que le gusta nadar en el agua helada, y disfrutar de unos momentos de soledad. A la mujer increíblemente sexy que descubrí en la cama, y a la mujer firme y decidida, que sabe lo que quiere.


—Yo también te amo. Hablaba en serio cuando te dije que habías cambiado mi vida. Esta noche, cuando leí la carta de Bianca, comprendí lo que debió de haber sentido. Y yo nunca volveré a sentir por nadie lo que ahora siento por ti.


Sonriendo, Pedro depositó un beso sobre su palma.


—Entonces, ¿te casarás conmigo?


Paula le echó los brazos al cuello, riendo.


—Creía ya que nunca me lo ibas a pedir…





2 comentarios: