miércoles, 31 de julio de 2019
CAPITULO 11 (QUINTA HISTORIA)
Paula volvió a estremecerse. Aquellas palabras le llegaron al alma. Había estado enamorada una vez y había descuidado su deber, y perdido su inocencia.
—Pagó por ello —dijo Paula y apartó la mirada, para distraerse, se fijó en las cartas de navegación, aunque no sabía interpretarlas.
—Llevamos dirección Norte noreste —dijo Pedro, y, como había hecho con Alex, tomó la mano de Paula y la guió sobre la carta—. Tenemos un día claro, con buena visibilidad, pero hay viento. Vamos a movernos un poco.
Estupendo, se dijo Paula, y tragó saliva.
—Si no vemos ballenas, los niños se van a llevar una decepción.
—No te preocupes, las veremos.
Paula cayó hacia él cuando las tranquilas aguas de la bahía dejaron paso al mar, más encrespado. Pedro la agarró por los hombros. El barco cabeceaba, pero él estaba firme como una roca.
—Tienes que separar los pies, distribuir el peso.
Paula no estaba segura de que aquello sirviera de algo. Empezaba a marearse.
No podía, se dijo, estropearle el día a Kevin, ni humillarlo, mareándose.
—Tardamos una hora en llegar, ¿verdad? —dijo con una voz mucho más vacilante de lo que esperaba.
—Sí.
Paula hizo ademán de irse, pero acabó por apoyarse contra él.
Pedro le dio la vuelta. Paula estaba pálida, como la nieve, con un ligero color verdoso bajo la piel. Pedro movió la cabeza con preocupación.
—¿Has tomado algo?
Paula no podía seguir fingiendo, y no tenía la fuerza para mostrar valor.
—Sí, pero me parece que no ha servido de nada. Me mareo hasta en una canoa.
—¿Y te metes en un viaje de tres horas en el Atlántico?
—Kevin quería venir…
Pedro la agarró por la cintura y la llevó a un banco.
—Siéntate —le ordenó.
Paula obedeció, y al ver que los niños estaban distraídos mirando al mar, agachó la cabeza y la puso entre las piernas.
Tres horas, pensó, al cabo de tres horas tendrían que meterla en una bolsa y echarla al mar. ¿Qué le había hecho pensar que un par de píldoras lograrían el milagro? Sintió que le ponían una mano en el hombro.
—¿Qué? ¿Ya ha venido la ambulancia?
—Todavía no, nena.
Era Pedro, que le puso unas vendas en las muñecas.
—¿Qué es esto?
—Acupuntura —dijo Pedro, y retorció las vendas hasta que Paula sintió la presión de algo metálico en un punto de la muñeca.
Se habría echado a reír si no fuera porque le daban ganas de llorar.
—Genial, me hace falta una camilla y tú me haces vudú.
—La acupuntura es una ciencia muy válida. Y yo tampoco despreciaría el vudú. He visto algunos resultados impresionantes. Ahora respira profundamente y quédate aquí sentada —dijo Pedro y fue a abrir una ventana para dejar que entrara la brisa—. Tengo que volver a la cabina.
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