miércoles, 31 de julio de 2019
CAPITULO 13 (QUINTA HISTORIA)
—Esa mujer va a acabar conmigo —dijo El Holandés. Estaba en la despensa, con una botella de ron en la mano—. Escucha bien lo que te digo, muchacho.
Pedro estaba sentado a su lado, relajado, después de disfrutar de una cena con las Calhoun. La cocina del hotel estaba inmaculada, después de la cena, y Coco estaba con la familia. De otro modo, El Holandés no se habría atrevido con el ron.
—No estarás pensando en abandonar el barco, ¿verdad, compañero?
El Holandés rebufó. Le hacía gracia, ¿cómo iba a abandonar solo porque una mujer se le subía a las barbas?
—Me quedo —dijo y, después de una mirada a la puerta, sirvió ron para los dos —. Pero te lo advierto, muchacho, antes o después, esa mujer va a recibir su merecido. Y se lo va a dar quien yo me sé —dijo señalándose el pecho con el pulgar.
Pedro bebió un trago de ron. Le rechinaron los dientes y le quemó la garganta.
—¿Dónde está la botella que te regalé?
—La usamos en una tarta. Este es bastante bueno para beber.
—Sí, si quieres tener una úlcera —masculló Pedro—. Bueno, ¿qué problemas tienes con Coco?
—No es un problema, son dos —dijo El Holandés, y frunció el ceño cuando sonó el teléfono de servicio. Servicio de habitaciones, pensó haciendo una mueca, nunca había tenido servicio de habitaciones en sus barcos—. Sí, ¿qué?
Pedro sonrió. La diplomacia no era el punto fuerte de El Holandés.
—Se creerá que no tenemos nada más que hacer —dijo El Holandés—. Se lo llevaremos cuando esté listo —dijo, y colgó—. Champán y tarta a estas horas. Recién casados. No les hemos visto el pelo en toda la semana.
—¿Dónde está tu romanticismo, Holandés?
—Eso te lo dejo a ti, muchacho —dijo cortando un pedazo de tarta de chocolate con sus manazas—. Ya he visto cómo mirabas a la pelirroja.
—Es rubia, aunque con reflejos rojizos —lo corrigió Pedro, y se atrevió a beber otro trago—. Es guapa, ¿eh?
—Como todas las que te gustan —dijo El Holandés, y acompañó los trozos de tarta con natillas y fresas. Tiene un niño, ¿no?
—Sí —dijo Pedro, la tarta tenía tan buen aspecto que le apeteció un trozo—. Kevin, pelo castaño, alto para su edad, ojos grandes.
—Ya lo he visto —dijo El Holandés, que tenía una debilidad por los niños que trataba de ocultar—. Ha bajado con los otros dos pillos a buscar dulces.
Que, como Pedro sabía, se los había dado con gran placer, a pesar de su máscara de gruñón.
—Lo tuvo demasiado joven, ¿no?
Pedro frunció el ceño. Aquella frase parecía indicar el pensamiento de El Holandés, que Paula era la única responsable de su embarazo.
—Aquel cerdo la engañó —dijo.
—Lo sé, lo sé, he oído algo. Es difícil que se me escape algo —dijo El Holandés.
No era difícil recabar información acerca de Coco, si buscaba en los sitios convenientes. Aunque no lo admitía, era algo que hacía diariamente. Llamó a un camarero por el intercomunicador.
—Prepara una bandeja para la número tres —dijo—. Dos tartas y una botella de champán de la casa, y no te olvides de las servilletas, maldita sea.
Una vez servida la bandeja, apuró su ron.
—Apuesto a que te apetece un trozo.
—No diría que no.
—Nunca he visto que rechaces una buena comida, o una mujer —dijo El Holandés, y cortó un trozo de tarta, bastante más grande que los anteriores.
—¿No me vas a poner fresas?
—Come y calla. Es demasiado delgada, ¿no? ¿Cómo es que no estás ligando con ella?
—Voy poco a poco —dijo Pedro con la boca llena—. Están todos en el comedor, reunión familiar —dijo Pedro. Se levantó, se sirvió una taza de café y echó en él el ron que le quedaba—. Han encontrado un libro antiguo. Y no es demasiado delgada, es delicada.
—Sí, eso —dijo El Holandés, y pensó en Coco, llena de curvas—. Todas las mujeres son delicadas hasta que te ponen un anillo delante de las narices.
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