miércoles, 17 de julio de 2019
CAPITULO 31 (CUARTA HISTORIA)
En la cabaña cerca del agua, el hombre que se llamaba a sí mismo Marshall completó una búsqueda minuciosa. Encontró algunas cosas de interés menor. Al ex policía le gustaba leer y no cocinaba. Guardaba sus medallas en una caja metida en el fondo de un cajón, y una 32 cargada y lista en la mesita de noche.
Después de inspeccionar un escritorio, Marshall descubrió que el nieto de Christian había hecho algunas inversiones astutas. Le resultó divertido ver que un ex poli de antivicio hubiera tenido el suficiente sentido común para crear una red
de protección. También le resultó interesante que el entrenamiento hubiera impulsado a Pedro a escribir un informe detallado de todo lo que sabía sobre las esmeraldas Chaves.
Estuvo a punto de perder la compostura al leer acerca de la entrevista con la antigua criada, esa que había localizado Max Quartermain. Este tendría que haber estado trabajando para él. O muerto. Marshall experimentó la tentación de destrozar el lugar, de derribar muebles, romper lámparas. De ceder a una orgía de destrucción.
Pero se obligó a mantener la calma. No quería revelar su presencia. Todavía no. Quizá no hubiera encontrado nada importante, pero sabía tanto como los Chaves.
Con mucho cuidado, colocó los papeles de vuelta en su sitio y cerró los cajones. El perro empezaba a ladrar en el patio. Detestaba a los perros. Con una mueca, se frotó la cicatriz de la pierna donde el pequeño chucho de los Chaves
lo había mordido. Tendrían que pagar por eso.
Todos iban a pagar.
«Y lo harán» , pensó. Cuando tuviera las esmeraldas.
Abandonó la cabaña tal como la había encontrado.
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