miércoles, 17 de julio de 2019

CAPITULO 33 (CUARTA HISTORIA)




Pedro llevaba en casa menos de tres minutos cuando supo que alguien había entrado. Podía haber entregado la placa, pero seguía teniendo ojos de policía. No había nada evidentemente fuera de lugar… pero un cenicero se hallaba más cerca del borde de la mesa, una silla ocupaba un ángulo levemente diferente respecto de la chimenea, la esquina de una alfombra se veía levantada.


Alerta, pasó del salón al dormitorio. Allí también encontró señales. Notó el ínfimo cambio en las almohadas, los libros movidos de los anaqueles, mientras cruzaba la habitación para sacar el arma del cajón. Después de comprobar el cargador, la empuñó para continuar la inspección.


Treinta minutos más tarde, guardó la pistola. 


Tenía el rostro inexpresivo, los ojos duros. Habían movido los lienzos de su abuelo, no mucho, pero lo suficiente para revelarle que alguien los había tocado, los había estudiado. Y esa era una violación que no podía tolerar.


Quienquiera que lo hubiera hecho, era un profesional. Y estaba seguro de quién había sido. Eso significaba que Livingston se hallaba cerca, sin duda bajo otra guisa. Lo bastante cerca como para haber descubierto la relación de Alfonso con los Chaves. Y las esmeraldas.


Mientras acariciaba la cabeza de Sadie, que gemía a sus pies, decidió que y a era algo personal.


Salió por la puerta de la cocina para sentarse en el porche a contemplar el agua con su perro y una cerveza en la mano. Dejaría que su temperamento se serenara y que su mente vagara, analizando todas las piezas del rompecabezas, colocándolas una y otra vez hasta que comenzara a formarse un cuadro.


La clave era Bianca. Debía recurrir a la mente, las emociones y las motivaciones de ella. 


Encendió un cigarrillo y apoyó los tobillos cruzados en la barandilla del porche mientras la luz empezaba a suavizarse y a convertirse en crepúsculo.


Una mujer hermosa, con un matrimonio infeliz. 


Si le servían como referencia las mujeres Chaves que él conocía, Bianca también habría tenido una voluntad fuerte y habría sido apasionada y leal. «Y vulnerable» , añadió. Eso se notaba con fuerza en los ojos del retrato, igual que sucedía en los ojos de Paula.


También había pertenecido a los peldaños más altos de la escala social, había sido una de las privilegiadas. Una joven irlandesa de buena familia que había celebrado un matrimonio extremadamente bueno.


Una vez más se parecía a Paula.


Dio una calada al cigarrillo y con aire distraído acarició las orejas de Sadie cuando ella acomodó la cabeza sobre su regazo. Su mirada se vio atraída hacia el pequeño arbusto amarillo, la porción de sol que Paula le había regalado. 


Según la entrevista con la antigua doncella, a Bianca también le habían gustado las flores.


Había tenido hijos y en todos los conceptos había sido una madre buena y entregada, mientras que Felipe había sido un padre estricto y desinteresado.


Entonces había aparecido Christian Alfonso.


Si Bianca realmente lo había tomado como amante, también había asumido un enorme riesgo social. Como la esposa de César, de una mujer en su posición se esperaba que fuera intachable. Bastaría la leve insinuación de una aventura, en particular con un hombre por debajo de ella en rango social, y su reputación habría quedado hecha añicos.


Sin embargo, se había involucrado.


Se preguntó si todo había terminado siendo demasiado para ella. Si había sido devorada por la culpa y el pánico, si habría escondido las esmeraldas como una especie de última exhibición de desafío, para quedar sumida en la desesperación al pensar en la vergüenza y el escándalo del divorcio. Incapaz de enfrentarse a su vida, había elegido la muerte.


No le gustaba. Movió la cabeza y soltó una bocanada de humo. No le gustaba el ritmo de las cosas. Quizá estuviera perdiendo objetividad, pero no podía ver a Paula rindiéndose y tirándose por los riscos. Y había demasiadas similitudes entre Bianca y su bisnieta.


Quizá debiera tratar de meterse en la cabeza de Paula. Si la comprendiera, tal vez pudiera llegar a comprender a su desafortunada antepasada. «Quizá» , reconoció al beber otro trago de cerveza, « pueda entenderme a mí mismo» . Los
sentimientos que ella le inspiraba parecían sufrir cambios radicales a diario, hasta que y a no sabía con exactitud qué sentía.


Desde luego, estaba el deseo. Pero no era tan simple. Y siempre había contado con que fuera simple.


¿Qué le importaba a Paula Chaves? «Sus hijos» , pensó de inmediato.


Nadie se acercaba a eso, aunque el resto de su familia los seguía de cerca. Su negocio. Se dejaría la piel para hacer que funcionara. Pero Pedro sospechaba que su afán de éxito giraba en torno a sus hijos y su familia.


Inquieto, se levantó y se puso a caminar por el porche. Sabía que también eso era algo que quería. La sencilla quietud de la soledad. Pero allí de pie con la vista clavada en la noche, pensó en Paula. No solo en lo que había sentido al tenerla en sus brazos, en cómo le hacía hervir la sangre, sino en cómo sería tenerla en ese momento a su lado, mientras esperaban que saliera la luna.


Necesitaba meterse en su cabeza, conseguir que confiara en él para que le contara qué sentía, cómo pensaba. Si lograba establecer ese vínculo con ella, estaría un paso más cerca de lograrlo con Bianca.


Pero temía haberse involucrado demasiado. Sus propios pensamientos y sentimientos obnubilaban su juicio. Quería ser amante de ella más de lo que jamás había querido nada. Hundirse en ella, ver cómo se le oscurecían los ojos por la pasión hasta que esa expresión triste y herida quedara completamente desterrada. 


Hacer que se entregara a él como jamás se había entregado a nadie… ni siquiera al hombre con el que se había casado.


Apretó las manos sobre la barandilla y se inclinó hacia la creciente oscuridad.


Solo, envuelto bajo el manto de la noche, reconoció que seguía el mismo patrón que su abuelo.


Estaba enamorándose de una Chaves.


Era tarde cuando entró en la casa. Más tarde aún cuando logró dormir.



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