miércoles, 24 de julio de 2019
CAPITULO 53 (CUARTA HISTORIA)
—Pobrecita —murmuró Paula y apoyó la cabeza en el hombro de Pedro mientras se alejaban de Las Torres—. Haber presenciado algo tan horrible, haber tenido que vivir con ello toda su vida. Pienso en Jazmin…
—No lo hagas —apoyó una mano firme sobre la suya—. Tú escapaste. Bianca no —aguardó un momento—. Lo sabías, ¿verdad? Antes de que Carolina contara la historia.
—Sabía que no se había suicidado. No sé explicarte cómo, pero lo supe esta noche. Fue como si la tuviera justo detrás de mí.
Pedro pensó en la sensación de tener una mano en el hombro.
—Quizá la tuvieras. Después de una noche como esta, me cuesta convencerme de que la caída del cuadro fue una coincidencia.
—Fue hermoso lo que tu abuelo escribió sobre ella —Paula cerró los ojos —. Si nunca encontramos las esmeraldas, tenemos eso… sabremos que ella tuvo eso. Cuesta creer que amar así sea posible —suspiró—. No quiero pensar en la tragedia o la tristeza, sino en el tiempo que dispusieron juntos. En ellos bailando entre las flores silvestres.
Pedro pensó en que nunca había bailado con ella a la luz del sol. En que no le había leído poesía ni le había prometido amor eterno.
Al llegar a la cabaña, Pedro se inclinó por delante de ella.
—¿Qué haces? —preguntó Paula sorprendida.
—Te abro la puerta —la empujó—. Si hubiera bajado para hacerlo, no habrías esperado.
—Gracias —divertida, bajó.
—De nada —después de introducir la llave en la puerta delantera, la mantuvo abierta para ella.
Con expresión seria, Paula inclinó la cabeza al pasar delante.
—Gracias —Pedro dejó que la mosquitera se cerrara. Con las cejas enarcadas, ella estudió la habitación—. Has hecho algo diferente.
—La limpié —musitó.
—Oh. Se ve muy bien. ¿Sabes, Pedro?, quería preguntarte si crees que Livingston sigue en la isla.
—¿Por qué? ¿Ha sucedido algo?
—No —repuso moviéndose por la habitación ante la respuesta demasiado brusca de él—. Me preguntaba dónde estaría, cual podría ser su siguiente movimiento —pasó un dedo por una de las velas que Pedro había comprado—. ¿Tienes alguna idea?
—¿Cómo voy a saberlo?
—Tú eres el experto en el tema.
—Y te dije que me dejaras a Livingston a mí.
—Y yo que no podía hacerlo. Quizá empiece a hacer indagaciones por mi cuenta.
—Inténtalo, y te esposaré y te encerraré en un armario.
—La contrapartida urbana de atar a una estaca —murmuró—. No tendría que intentarlo si me contaras lo que sabes. O lo que piensas.
—¿Qué es lo que ha sacado este tema?
—Como disponemos de un poco de tiempo —movió un hombro—, pensé que podríamos hablar de ello.
—¿Por qué no te sientas? —sacó el mechero.
—¿Qué haces?
—Encender las velas —sentía que los nervios se le tensaban—. ¿Qué parece que estoy haciendo?
Ella se sentó y juntó las manos.
—Como te veo tan nervioso, he de asumir que sí conoces algo.
—No tienes que asumir nada salvo que me estás irritando —se dirigió al equipo de música.
—¿Estás muy cerca? —preguntó cuando un saxo llenó la atmósfera.
—No estoy en ninguna parte —como era una mentira, decidió atemperarla con parte de la verdad—. Creo que anda por la zona porque hace unas semanas entró aquí a echar un vistazo.
—¿Qué? —se levantó de un salto—. ¿Hace un par de semanas y no me lo has contado?
—¿Qué ibas a hacer al respecto? —replicó—. ¿Sacar una lupa y ponerte un sombrero de caza?
—Tenía derecho a saberlo.
—Ya lo sabes. Siéntate, ¿quieres? Vuelvo en un minuto.
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