miércoles, 24 de julio de 2019

CAPITULO 54 (CUARTA HISTORIA)





Cuando él salió, se puso a caminar por el salón. Pedro sabía más que lo que revelaba, pero al menos le había sonsacado algo. Livingston andaba cerca, lo bastante cerca como para saber que quizá Pedro conociera algo de interés. El hecho de que en ese momento Pedro estuviera tenso como un muelle le indicaba que le preocupaba algo más.


Con una sonrisa, notó que las velas eran aromáticas. No imaginaba que hubiera comprado velas de jazmín adrede. Pensó que quizá ayudarla con las flores empezaba a ponerlo nervioso.


Cuando él volvió, la sonrisa de Paula adquirió una expresión desconcertada.


—¿Eso es champán?


—Sí —estaba profundamente disgustado. Había imaginado que ella se mostraría encantada. Pero no dejaba de cuestionarlo todo—. ¿Quieres un poco o no?


—Claro —la invitación seca era tan típica de él, que no se ofendió. Una vez llenó las copas, la entrechocó con gesto distraído contra la de Pedro—. Si estás seguro de que fue Livingston quien entró aquí, creo que…


—Una palabra más —cortó con calma peligrosa—, una palabra más sobre Livingston y te echaré el resto de la botella sobre la cabeza.


Ella bebió convencida de que tendría que ir con cuidado si no quería desperdiciar una botella de champán y terminar con el pelo pegajoso.


—Solo trato de hacerme una idea completa del cuadro.


Él soltó algo próximo a un rugido de frustración y dio la vuelta. El champán se agitó en su copa al ir de un lado a otro.


—Ella quiere una idea completa del cuadro, y es ciega como un murciélago. He sacado dos meses de polvo de esta casa. He comprado velas y flores. He tenido que escuchar a un idiota enseñarme cosas sobre el champán. Ese es el cuadro, maldita sea.


Paula había querido sacarle información, no enfurecerlo.


Pedro


—Siéntate y cállate. Tendría que haber imaginado que esto se estropearía. Dios sabe por qué he tratado de hacerlo de esta forma.


A ella se le encendió una lámpara y sonrió. 


Había estado demasiado centrada en su propio plan, sin notar que él había preparado el escenario.


Pedro, eres muy dulce por haberte tomado tantas molestias. Lamento haber dado la impresión de no apreciarlo. Si querías que viniera esta noche para que hiciéramos el amor…


—No quiero hacer el amor contigo —maldijo con ferocidad—. Claro que quiero hacer el amor contigo, pero no es eso. ¡Intento pedirte que te cases conmigo, así que siéntate!


Como las piernas de ella se habían derretido, se deslizó a la silla.


—Esto es perfecto —él se bebió el resto del champán y se puso a caminar otra vez—. Simplemente perfecto. Intento decirte que estoy loco por ti, que no creo que pueda vivir sin ti, y lo único que sabes hacer tú es interrogarme sobre mis acciones y un obsesivo ladrón de joyas.


—Lo siento —con cautela, se llevó la copa a los labios.


—Y deberías sentirlo —convino con amargura—. Estaba listo para quedar como un tonto por ti, y ni siquiera me lo permites. He estado enamorado de ti casi la mitad de mi vida. Incluso cuando me marché, no fui capaz de quitarte de mi mente. Has estropeado al resto de las mujeres. Cuando comenzaba a intimar con alguien… aparecías tú y pensaba que no se parecía a ti, y eso que nunca logré pasar más allá de tu puerta de servicio.


Enamorado. Esa palabra daba vueltas en la cabeza de Paula. Enamorado.


—Pensé que ni siquiera te caía bien.


—No podía soportarte —se pasó la mano libre por el pelo—. Cada vez que te miraba, te deseaba tanto que no podía respirar. Se me resecaba la boca y sentía un nudo en el estómago, y tú simplemente sonreías y seguías andando. Quería estrangularte. Chocas conmigo, me tiras de la moto y yo estoy en el suelo sangrando y… humillado. Tú estás inclinada sobre mí, hueles al paraíso y me recorres el cuerpo con las manos para ver si tengo algo roto. Un minuto más y te habría tirado sobre el asfalto conmigo —se pasó la mano por la cara—. Dios, solo tenías dieciséis años.


—Y me llenaste de improperios.


La cara de él era un cuadro de ira y disgusto.


—Por supuesto que te llené de improperios. Mejor eso que lo que quería hacerte —empezaba a calmarse, poco a poco—. Me convencí a mí mismo de que únicamente se trataba de una fantasía de adolescente. Hasta que entraste en mi patio. Te miré y volvió a resecárseme la boca y otra vez sentí un nudo en el estómago. Los dos y a habíamos dejado de ser adolescentes —dejó la copa al tiempo que notaba que ella asía la suya con las dos manos. Sus enormes ojos estaban clavados en él—. Paula, esto no se me da bien. Pensé que podría lograrlo. Ya sabes, preparar la atmósfera. Y después de que hubieras bebido suficiente champán, te convencería de que podría hacerte feliz.


—No necesito champán y luz de velas, Pedro —quiso relajar las manos pero no pudo.


—Cariño, has nacido para eso —sonrió un poco—. Podría mentirte y decirte que recordaré dártelos todas las noches. Pero no es así.


Paula bajó la vista a la copa y se preguntó si estaba preparada para correr otra vez ese tipo de riesgo. Una cosa era amarlo, y que él la amara resultaba increíble. Pero el matrimonio…


—¿Por qué no me cuentas la verdad, entonces?


Se acercó para sentarse en el reposabrazos del sofá y mirarla.


—Te amo. Por nadie he sentido jamás lo que siento por ti. Pase lo que pase, nunca volveré a sentir esto por nadie. No hay forma de eliminar lo que nos ha pasado a ambos en los últimos años, pero quizá podamos mejorar las cosas para nosotros. Para los niños.


—Puede que nunca sea fácil. Bruno siempre será su padre legal.


—Pero no será él quien los quiera —cuando los ojos de Paula se humedecieron, Pedro movió la cabeza—. No los voy a usar para llegar hasta ti. Sé que podría, pero primero ha de ser entre tú y yo. Puede que me haya encariñado con ellos y que quiera… pienso que se me podría dar muy bien ser su padre, pero no deseo que te cases conmigo por ellos.


—Nunca quise volver a amar —suspiró—. Y bajo ningún concepto quería volver a casarme. Hasta que apareciste tú —dejó la copa a un lado y le tomó la mano—. No puedo afirmar haberte amado tanto tiempo, pero tú no podrías amarme como yo te amo a ti.


Él no se conformó con su mano y la abrazó. 


Cuando al fin logró separar la boca de sus labios, enterró la cara en su cabello.


—No me digas que necesitas pensártelo, Paula.


—No necesito pensarlo —no recordaba la última vez que su corazón y su mente hubieran estado tan serenos—. Me casaré contigo —antes de que las palabras hubieran terminado de salir de su boca, caía con Pedro en el sofá. Reía mientras se quitaban la ropa, y seguía riendo cuando los movimientos febriles los hicieron caer al suelo—. Lo sabía —le mordisqueó el hombro—. Me has traído para hacer el amor.


—¿Es mi culpa si eres incapaz de mantener tus manos lejos de mí? —le besó el cuello.


Ella sonrió y ladeó la cabeza para darle fácil acceso.


Pedro, ¿de verdad pensaste en tirarme al suelo cuando te caíste de la moto?


—Cuando me atropellaste —corrigió—. Sí. Deja que te muestre lo que tenía en mente.





No hay comentarios:

Publicar un comentario