miércoles, 7 de agosto de 2019

CAPITULO 33 (QUINTA HISTORIA)



Pedro necesitaba un poco de paz para tranquilizarse. Detestaba su fuerte temperamento, porque a veces le daban ganas de solucionar las cosas a puñetazos. En circunstancias normales era capaz de contenerse, pero solo saber de lo que era capaz lo ponía enfermo.


No había duda de que habría podido asesinar a aquel hombre si Paula no se lo hubiera impedido.


Se había esforzado, a lo largo de los años, por recurrir a las palabras y no a los puños para resolver sus disputas. Normalmente conseguía contenerse, pero a veces era imposible.


Paula estaba temblando cuando llegaron a casa de Pedro. No se le ocurrió hasta aquel momento que se había olvidado de Perro. Pero pensó que Hernan se ocuparía de él.


Pedro llevó en brazos a Paula hasta su dormitorio, y la dejó en una silla. Sin decir palabra, fue a revolver en los cajones.


—Quítate esa ropa —le dijo, dejándole una sudadera y unos pantalones de chándal—. Voy a hacerte un té.


Pedro


—¡Haz lo que te digo! —gritó Pedro, apretando los dientes.


Logró contenerse, pensando en que, al llegar a la cocina, daría un puñetazo contra la pared. Sin embargo, lo que hizo fue poner la tetera e ir a buscar una botella de coñac. Después de considerarlo un momento, dio un trago directamente de la botella.


No lo calmó mucho, pero sirvió para quitarle el mal sabor de la boca.


Cuando oyó silbar a Pájaro e invitar a Paula a la Casbah, sirvió dos tazas de té.


Paula estaba pálida y tenía expresión de desconcierto. La sudadera y los pantalones le estaban demasiado grandes. Se quedó en el vano de la puerta, vacilante, consciente de su cómica imagen.


—Siéntate y toma algo. Te sentirás mejor.


—Estoy bien, de verdad —dijo Paula, pero se sentó, y tomó la taza con ambas manos. Con el primer trago frunció el ceño—. Creía que era té.


—Es té. Pero le he puesto coñac para que esté más rico —dijo Pedro, y se sentó frente a ella—. ¿Te ha hecho daño?


Paula agachó la vista y pudo ver su rostro reflejado en la mesa.


—Sí.


Lo dijo con tranquilidad, porque creía que estaba tranquila, hasta que Pedro puso una mano sobre la suya. Entonces sollozó y tuvo que agachar la cabeza y apoyarla sobre la mesa, entre las manos.


Lloraba por las esperanzas y los sueños perdidos, por la traición, los miedos y la amargura. Pedro no dijo nada, tan solo esperó.


—Lo siento —dijo Paula al cabo de un rato. Se sentía confortada por la fresca y agradable sensación de la mesa contra la mejilla y la mano de Pedro sobre su pelo —. Todo ha ocurrido demasiado deprisa y no estaba preparada —dijo, pero un nuevo miedo se apoderó de ella—. ¡Kevin! Oh, Dios, si Bruno…


—Hernan se ocupará de él. Dumont no se acercará a él.


—Tienes razón —dijo Paula con un suspiro—. Hernan se ocupará de él y de Susana y de los demás. Además, Bruno solo quería asustarme.


—¿Y te ha asustado?


—No. Me ha hecho daño, y me ha puesto furiosa, y enferma cuando me ha tocado. Pero no me ha asustado, no podría.


—Buena chica.


Paula suspiró y sonrió débilmente.


—Pero él sí está asustado —dijo—. Por eso ha venido, porque después de todos estos años teme que haya venido a vivir con los Calhoun.


—¿Asustado? ¿De qué?


—Del pasado, de las consecuencias —dijo Paula y volvió a suspirar. Esta vez, al hacerlo, olió a tabaco y a sal, el olor de Pedro, un olor reconfortante—. Cree que nuestra venida forma parte de una especie de complot contra él. Me ha seguido la pista todo este tiempo. No lo sabía.


—¿No habías vuelto a verlo hasta hoy?


—No, nunca. Supongo que se sentía seguro cuando estaba en Oklahoma, sin ningún contacto con Susana. Ahora no solo estamos en contacto, sino que vivimos en la misma casa… pero no parece entender que no tiene nada que ver con él.


Volvió a beber té. Pedro no le preguntó nada, se limitó a permanecer sentado a su lado, sosteniendo su mano. Tal vez por eso, Paula se sintió impulsada a hablar.


—Lo conocí en Nueva York. Yo tenía diecisiete años y era mi primer viaje lejos de mi casa. Fue durante las vacaciones de invierno, fui con unas amigas. ¿Has estado en Nueva York?


—Una o dos veces.


—Nunca había visto nada igual. La gente, los edificios… Es una ciudad excitante, y no se parece a las ciudades de la Costa Oeste. Está lleno de colorido y de vida. Me encantó pasear por la Quinta Avenida, tomar café en Greenwich Village… Parece una tontería.


—No, parece normal.


—Supongo que sí —dijo Paula con una sonrisa—. Todo era normal y sencillo… Luego… Lo conocí en una fiesta, era tan guapo, y parecía tan romántico. El sueño de una jovencita, con ese aire de mundo. Tenía la edad justa para parecer fascinante. Había estado en Europa… —se interrumpió y cerró los ojos—. Qué patético.


—No tienes por qué contarme nada, Pau.


—Lo sé, pero quiero hacerlo —dijo Paula, y volvió a abrir los ojos—. Si quieres oírlo.


—Claro que sí —dijo Pedro, apretándole la mano—. Adelante, líbrate de ello.


—Me dijo las palabras adecuadas —dijo Paula—, hizo los movimientos adecuados. Me mandó una docena de rosas al día siguiente y me invitó a cenar.


Se detuvo para elegir las palabras adecuadamente y le enredó el dedo en el pelo.


Era tan horrible, pensó, mirar al pasado.


—De modo que me fui a cenar. Había velas y bailamos. Yo me sentía adulta. Creo que solo es posible sentirse así cuando tienes diecisiete años. Fuimos a ver museos, de compras, al teatro. Me dijo que me quería y me compró un anillo. Tenía dos pequeños diamantes en forma de corazón. Era muy romántico. Él me puso uno en la mano y yo le puse otro a él.


Se interrumpió un momento, esperó a que Pedro hiciera algún comentario.


Cuando no dijo nada, hizo acopio de valor para continuar.


—Me dijo que iría a Oklahoma e hicimos planes de futuro. Pero, por supuesto, no fue. Llamó y dijo que se retrasaría unos días. Luego, de repente, dejó de contestar a mis llamadas. Luego supe que estaba embarazada y lo llamé y le escribí. Entonces me enteré de que estaba prometido, que llevaba prometido mucho tiempo. Al principio no pude creerlo, luego me volví loca. Tardé tiempo en hacerme a la idea. Mi familia se portó muy bien. Nunca lo habría soportado sin su apoyo. Cuando nació Kevin, me di cuenta de que no bastaba con sentirme adulta, sino que tenía que ser adulta. Más tarde, traté de ponerme en contacto con Bruno una vez más. Creí que debía saber que tenía un hijo y que Kevin tenía derecho a tener algún tipo de relación con su padre. Pero… No tenía ningún interés, solo sentía ira y hostilidad. Empecé a comprender que lo mejor era que no conociera a Kevin, y hoy sigo creyendo que así es.


—No os merece a ninguno de los dos.


—No, no nos merece —dijo Paula con una pequeña sonrisa. Por primera vez en mucho tiempo se sentía limpia, pero no vacía, sino libre—. Quiero agradecerte que vinieras en mi rescate.


—Ha sido un placer. No volverá a tocarte —dijo Pedro, besándole la mano—. Ni a ti ni a Kevin. Confía en mí.


—Confío en ti —dijo Paula. Le palpitaba el corazón, pero lo miró a los ojos—. Cuando me subías por las escaleras creía que… Bueno, no creía que fueras a hacerme un té.


—Ni yo tampoco. Pero estabas temblando y sabía que no podía tocarte antes de que nos calmásemos. Habría sido un desastre, para los dos.


Paula empezaba a excitarse.


—¿Estás tranquilo ahora?


—¿Es una invitación, Paula?


—Yo… —dijo Paula. Sabía que Pedro estaba esperando a que ella asintiera, pero sin seducirla, sin ilusiones, sin falsas promesas—. Sí.


Cuando Pedro la levantó en brazos, se rio nerviosamente. Y se le hizo un nudo en la garganta cuando Pedro la miró.


—No pensarás en él —dijo Pedro—. No pensarás en nada excepto en nosotros.




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