miércoles, 14 de agosto de 2019
CAPITULO 58 (QUINTA HISTORIA)
—No sé dónde puede estar —decía Amelia, dando vueltas por el salón—. No está en su despacho ni en su habitación.
—Estaba revolviendo en un armario cuando la he visto —dijo Carolina—. Es una mujer adulta. Puede que se haya ido a dar un paseo.
—Sí, pero… —dijo Susana, y se interrumpió al ver a Kevin. No podían preocupar al niño, se dijo. Solo porque Paula nunca llegaba tarde no había razón para suponer que ocurría algo malo—. Puede que esté en el jardín. Voy a buscarla.
—Ya voy yo —dijo Pedro levantándose. No creía que Paula pudiera olvidar su cita para cenar y hubiera salido a pasear al jardín, pero buscar era mejor que preocuparse—. Si viene cuando esté fuera…
Pero entonces oyeron sus pisadas y miraron hacia la puerta.
Estaba despeinada, con los ojos muy abiertos.
Tenía la cara y la ropa llena de polvo y sonreía de oreja a oreja.
—Siento llegar tarde.
—Paula, ¿qué ha pasado? —le preguntó Samuel desconcertado—. Estás igual que si te hubieras revolcado por el suelo.
—Ya, bueno —dijo Paula, echándose el pelo hacia atrás—. Estaba tan concentrada que ni me he dado cuenta de lo tarde que era. Samuel, he tenido que usar algunas herramientas, están en la torre.
—¿En la…?
Pero Paula cruzó la habitación para acercarse a tía Carolina, arrodillándose a sus pies y poniéndole la caja en el regazo.
—He encontrado algo que le pertenece.
Carolina miró la caja frunciendo el ceño, pero el corazón le latía con fuerza.
—¿Por qué crees que me pertenece?
Paula tomó su mano y la apoyó sobre el metal envejecido.
—La escondió debajo del suelo de la torre cuando ella murió —dijo. Todos estaban pendientes de sus palabras—. Decía que lo tenía obsesionado.
Sacó la hoja donde tenía la transcripción y la dejó encima de la caja.
—No puedo leerlo —dijo Carolina.
—Yo lo leeré —pero cuando Paula iba a empezar a leer, Carolina la detuvo.
—Quiero que Coco la oiga.
Mientras esperaban, Paula se levantó y se acercó a Pedro.
—Era un código —le dijo y se dirigió a todos—. Los números de las últimas páginas del libro de Felipe. No sé cómo no me di cuenta antes… Pero hoy lo he averiguado.
—¿Es como un tesoro? —dijo Kevin.
—Sí —dijo Paula, abrazándolo.
—Mira, querida, ahora no tengo tiempo —decía Coco discutiendo con Amelia, que la llevaba al salón—. Estamos preparando la cena.
—Siéntate y calla —ordenó tía Carolina—. La chica tiene que leernos un cosa y trae algo de beber —le dijo a Catalina—, le hará falta —dijo, y miró a Paula—. Adelante.
Paula leyó la transcripción. Coco suspiraba y los demás escuchaban con atención. Cuando terminó de leer tenía la garganta seca por la emoción.
—Bueno —dijo Paula, con la mano de Pedro entre las suyas—, subí a la torre,
quité algunas tablas y la encontré.
Incluso los niños guardaban silencio. Carolina se dispuso a abrir la caja. Le temblaban los labios mientras abría el cerrojo y luego la tapa. Sacó un pequeño marco oval.
—Una foto —dijo—. De mi madre conmigo, Sergio y Elias. Es del año anterior a su muerte, en Nueva York —dijo, la acarició y se la ofreció a Coco.
—Oh, tía Carolina. Es la única foto de todos vosotros.
—La tenía en su tocador. Un libro de poemas —dijo Carolina sacando el delgado volumen—. Le encantaba la poesía. Es Yeats. Algunas veces me lo leía y me decía que le recordaba a Irlanda. Un broche —dijo sacando un broche esmaltado y decorado con violetas—. Sergio y yo se lo regalamos en Navidad. La niñera nos ayudó a comprarlo, claro. Lo llevaba muy a menudo.
También había un reloj de nácar y un perro de jade, poco más grande que el pulgar de Carolina. También había otros pequeños tesoros. Una piedra blanca, un par de soldados de plomo, el polvo de una flor. Y un collar de perlas.
—Es el regalo de boda de mis abuelos —dijo Carolina, acariciándolo—. Me dijo que me lo regalaría el día de mi boda. A él no le gustaba que lo luciera. Demasiado sencillo, le decía, pero mi madre me lo enseñaba muchas veces. Decía que las perlas regaladas por amor eran más valiosas que los diamantes exhibidos por orgullo. Me dijo que yo tenía que guardarlas bien y llevarlas a menudo, porque… —dijo con un nudo en la garganta—… porque las perlas necesitan cariño.
Cerró los ojos y se recostó sobre el respaldo.
—Yo creía que él las había vendido.
—Estás cansada, tía Carolina —dijo Susana, acercándose a su lado—. ¿Quieres que te acompañe a tu habitación? Puedo llevarte la comida en una bandeja.
—No soy una inválida —dijo Carolina—. Soy vieja, pero no estoy enferma. Bueno... —dijo apretando la mano de Susana y dándole el broche—, esto es para ti.
—Tía Carolina…
—Póntelo —dijo tía Carolina, tomando el libro de poesía—. Te pasas soñando la mitad del tiempo. Toma, sueña con esto.
—Gracias —dijo Lila, besando la mano de su tía.
—Para ti el reloj —le dijo Carolina a Amelia—. Y para ti —le dijo a Catalina—, la figura de jade.
Luego miró a Jazmin.
—¿Estás esperando tu turno?
Jazmin sonrió.
—No, señora.
—Para ti, esto —le dijo dándole la piedra blanca—. Yo era más joven que tú cuando se la di a mi madre, y pensaba que era mágica. Puede que lo sea.
—Es muy bonita —dijo Jazmin, encantada con su nuevo tesoro—. Voy a ponerla en mi estantería.
Carolina se aclaró la garganta.
—Esto para vosotros, chicos —les dijo a los niños dándoles los soldados de plomo—. Eran de mis hermanos.
—Gracias —dijo Alex.
—Gracias —repitió Kevin—. Es como un cofre de los tesoros. ¿No le vas a dar nada a tía Coco?
—Le voy a dar la foto.
—Tía Carolina, no tienes por qué.
—Tómala como regalo de bodas y no se hable más.
—Gracias, no sé qué decir.
—Limpia el marco —dijo Carolina, levantándose apoyada en el bastón, y se dirigió a Paula—. Pareces muy satisfecha.
Paula estaba tan contenta que no podía fingir.
—Sí.
—No me extraña. Eres muy lista, Paula, y tienes recursos. Me recuerdas a mí misma —dijo Carolina, y tomó el collar de perlas.
—Espera —dijo Paula, pensando que quería ponérselas—, deja que te ayude.
Carolina negó con la cabeza.
—Las perlas necesitan juventud. Son para ti.
Perpleja, Paula dejó caer las manos.
—No, no puedes dármelas. Bianca quería que fueran para ti.
—Quería que alguien las luciera.
—Pero alguien de la familia. Deben ser para Coco, o para…
—Son para quien yo diga —dijo Carolina.
—No es justo —dijo Paula mirando a su alrededor, buscando ayuda, pero encontrando solo sonrisas de satisfacción.
—A mí me parece muy bien —dijo Susana.
Amelia acarició el reloj.
—A mí también —dijo.
—Encantador —dijo Coco con lágrimas en los ojos—, encantador.
—Seguro que te quedan muy bien —dijo Catalina
—Es el destino —dijo Lila—. Y no se puede luchar contra el destino.
—Entonces, ¿estamos de acuerdo? —dijo Susana, miró a su alrededor y recibió el consentimiento de todos—. Pues ya está.
—¡Ja! —exclamó Carolina—. Como si necesitara aprobación para disponer de lo que es mío. Toma —dijo dándole el collar a Paula—, sube y límpiate, pareces un deshollinador. Quiero que las luzcas cuando bajes.
—Tía Carolina…
—Nada de quejas. Haz lo que te digo.
—Vamos —dijo Susana, llevándose a Paula—, te ayudo.
Satisfecha, Carolina volvió a sentarse.
—Bueno, ¿dónde está mi refresco?
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