miércoles, 14 de agosto de 2019

CAPITULO 59 (QUINTA HISTORIA)




Más tarde, cuando la luna empezaba a asomarse al borde del mar, Paula salió a pasear con Pedro por los acantilados. La brisa parecía susurrar secretos silbando sobre la hierba y las flores.


Paula iba vestida de azul, con un vestido veraniego. Las perlas brillaban como pequeñas y perfectas lunas en su cuello.


—Vaya día que has tenido, Paula.


—Todavía me da vueltas la cabeza. Lo ha regalado todo, Pedro, pero todavía no comprendo por qué ha querido regalarme el collar.


—Es toda una mujer. Y solo alguien tan especial como ella se da cuenta de cuando ocurre algo mágico.


—¿Magia?


—Paula, eres tan apegada a la tierra —dijo Pedro, dándole una palmada en la mano—. No te has preguntado, ni por un momento, ¿por qué cada regalo encajaba tan perfectamente con cada uno? ¿Por qué hace ochenta años Felipe Calhoun se vio impulsado a guardar precisamente esos objetos? El broche para Susana, el reloj para Amelia, poesía de Yeats para Lila y un figura de jade para Catalina, aparte de la fotografía.


—Es una coincidencia —murmuró Paula, pero dudaba.


Pedro se echó a reír y la besó.


—El destino funciona a base de coincidencias —dijo.


—¿Y el collar?


—Un símbolo de familia. Te queda muy bien.


—Sé que tenía que haber encontrado el modo de no aceptarlo, pero cuando Susana me lo puso en la habitación, parecía que hubieran sido mías toda la vida.


—Y lo son. Pregúntate por qué las encontraste, por qué nadie las había encontrado hasta ahora. El libro de Felipe solo apareció cuando tú viniste a vivir aquí. El mensaje está escrito con números, ¿quién mejor que tú para resolverlo?


Paula sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro.


—No puedo explicarlo.


—Entonces, acéptalo.


—Una piedra mágica para Jazmin, soldados para los niños —dijo apoyando la cabeza en el hombro de Pedro—. Supongo que no puedo discutir tantas coincidencias —dijo, cerró los ojos y dejó que la brisa le acariciara las mejillas—. Es difícil creer que hace pocos días me moría de preocupación. Lo encontraste cerca de aquí, ¿verdad?


—Sí, siguiendo a la gaviota.


—¿La gaviota? —preguntó Paula, desconcertada—. Qué extraño. Kevin me contó que un pájaro blanco con los ojos verdes estuvo con él toda la noche. Tiene mucha imaginación.



—Había un pájaro —dijo Pedro—. Una gaviota completamente blanca con los ojos verdes. Los ojos de Bianca.


—Pero…


—Si te topas con un hecho mágico, acéptalo —dijo Pedro, poniéndole un brazo sobre los hombros. Los dos disfrutaban del sonido del mar rompiendo contra las rocas—. Tengo algo para ti, Paula.


Paula estaba muy a gusto, casi adormilada y protestó cuando Pedro le quitó el brazo de los hombros.


Pedro buscó en su chaqueta y sacó unos papeles.


—A lo mejor no puedes leerlo con tan poca luz.


—¿Qué es?


—Es un seguro de vida.


—¿Un seguro? Por el amor de Dios, ponlo en una caja fuerte o en el banco.


—Cállate —dijo Pedro, que empezaba a estar nervioso—. Tiene una póliza de hospitalización, mi hipoteca, un par de bonos. Querías seguridad y yo quiero darte seguridad.


—Lo has hecho por mí.


—Haría cualquier cosa por ti. Y si quieres que invierta en acciones del zoológico o luche contra un dragón, lo haré.


Paula lo miró. Tenía el océano y el cielo a su espalda, los pies separados igual que si estuviera en un barco y la mirada intensa, desafiando a la oscuridad. Y todavía le quedaban moretones en la cara.


—Venciste a tu dragón hace mucho tiempo, Pedro. Yo he tenido problemas para enfrentarme al mío —dijo Paula—. Esta tarde he estado hablando con tía Carolina. Me ha dicho muchas cosas, me ha dicho que yo, como ella, era demasiado lista para arriesgarme, para dejar que un hombre se convirtiera en algo demasiado importante. Que para mí era mejor estar sola que darle a alguien mi confianza, mi corazón. Me ha dado miedo. Me ha costado darme cuenta de lo que se proponía al decirme eso. Lo que quería era que me enfrentara conmigo misma.


—¿Y lo has hecho?


—No es fácil para mí. No me gusta todo lo que veo, Pedro. Llevo años convenciéndome de que era fuerte y segura de mí misma, y no dejando que alguien se uniera a mí, me protegía y protegía a mi hijo.


—Has hecho un gran trabajo.


—Demasiado bueno, en algunos aspectos. Me cerré al mundo porque era más seguro. Y entonces, llegaste tú —dijo Paula, acariciándole la mejilla—. Tenía tanto miedo de lo que sentía por ti… Pero ya no tengo miedo. Te quiero, Pedro. No importa si es el destino o una coincidencia, o pura suerte. Solo me alegro de haberte encontrado —añadió Paula y lo miró y lo besó. Alegre de sentir la libertad de estar en sus brazos, mecidos por la brisa del mar—. No necesito seguros de vida, Pedro —murmuró—. Aunque no quiero decir que tú no. Es importante que… deja de reírte.


—Estoy loco por ti —dijo Pedro riendo, elevándola en el aire, girando en círculos.


—¿Estás loco? —dijo Paula, aferrándose a él—. Nos vamos a caer.


—Esta noche, no. Esta noche nada puede pasarnos. ¿No te das cuenta? Ahora somos mágicos —dijo Pedro, dejándola en el suelo y abrazándola—. Te quiero, Pau, aunque no me pidas que me ponga de rodillas.


Paula se quedó quieta.


Pedro, pienso que no…


—No pienses, escucha. He dado la vuelta al mundo más de una vez y he visto en diez años más que la mayoría de la gente en toda su vida. Pero he tenido que volver a casa para encontrarte. No digas nada —murmuró Pedro—. Vamos a sentarnos.


La condujo a una roca y se sentaron.


—Tengo algo más para ti. Lo del seguro solo era para allanar el camino. Mira — dijo Pedro, sacando una cajita del bolsillo—. Y dime que el destino no existe.


Con dedos temblorosos, Paula abrió la caja. Y con admiración, observó su contenido.


—Una perla —susurró.


—Iba a comprar un diamante, es lo normal, pero, cuando vi la perla, supe que era para ti. ¿Coincidencia?


—No lo sé. ¿Cuándo la has comprado?


—La semana pasada. Pensé en venir aquí contigo, con la luna y las estrellas — dijo Pedro observando el anillo. Una perla rodeada de pequeños diamantes—. La luna y las estrellas —repitió tomando las manos de Paula—. Eso es lo que quiero darte, Paula.


Pedro —dijo Paula. Se decía que iba demasiado deprisa, pero no era verdad—. Es precioso.


—Cásate conmigo, Paula. Empieza una nueva vida conmigo, déjame ser el padre de Kevin y tengamos más niños. Deja que me haga viejo amándote.


Paula no podía recurrir a la lógica, o pensar en razones por las que retrasar la boda, así que respondió con el corazón.


—Sí, sí a todo —dijo riendo y echándole los brazos al cuello—. Oh, Pedro, sí, sí, sí.


Pedro la miró con amor.


—¿Seguro que no quieres sopesarlo?


—Seguro, seguro —dijo Paula, y le ofreció la mano izquierda—. Por favor, quiero la luna y las estrellas. Te quiero a ti.


Pedro le puso el anillo.


—Ya me tienes, cariño.


Cuando la estrechó entre sus brazos, Pedro tuvo la impresión de que el aire suspiraba con voz de mujer.


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