miércoles, 12 de junio de 2019
CAPITULO 33 (SEGUNDA HISTORIA)
Poco a poco se fue despertando, y abrió los ojos, reacia. La luz del sol entraba en la habitación. Estaba sola en la cama. Apartándose el cabello de los ojos, se levantó.
«Se salió con la suya» , pensó, esbozando una sonrisa. Se había quedado a pasar la noche con Pedro, y no se había saciado de ella, ni ella de él, hasta el amanecer. Había sido la noche más maravillosa de toda su vida.
¿Pero dónde diablos estaba Pedro?
Como si hubiera podido escuchar sus pensamientos, entró de pronto en el dormitorio, empujando un carrito con una bandeja.
—Buenos días.
—Buenos días —sonrió, aunque se sentía un tanto incómoda con él vestido y ella todavía desnuda, en la cama.
—He pedido que nos trajeran el desayuno —percibiendo su dilema, le entregó su bata y le dio un beso—. Oye, ¿por qué no desayunamos en la terraza?
—Estaría bien. Dame un minuto.
Cuando volvió a reunirse con él en la terraza, la mesa y a estaba puesta, incluso decorada con una solitaria rosa roja en una copa. Y se sintió conmovida al ver que se estaba mostrando tan tierno por el día como durante la noche anterior.
—Estás en todo.
—Todo es poco tratándose de ti —sonrió, sentándose frente a ella—. Podemos considerar esto como nuestra primera cita, ya que nunca pude convencerte de que comiéramos juntos.
—Es verdad —sirvió las dos tazas de café—. Eso no llegaste a conseguirlo.
Empezó a comer. Pensó, admirada, que estaba desayunando tranquilamente después de una larga noche de placer. Y, sin embargo, se conocían tan poco… No pudo evitar sentirse un tanto asustada.
—Pedro, y a sé que es un poco estúpido a estas alturas, pero… yo no tengo por costumbre pasar la noche con un hombre en una habitación de hotel. No suelo intimar tanto con alguien a quien conozco de tan poco tiempo.
—No tienes necesidad de decírmelo —repuso Pedro, cerrando una mano sobre la suya—. Esto ha sido demasiado rápido para ambos. Quizá sea porque lo que sucedió entre nosotros es especial. Estoy enamorado de ti, Paula. No, no te retraigas —le apretó la mano—. Habitualmente soy un hombre paciente, pero
contigo tengo que contenerme mucho. Esta vez haré todo lo posible por darte tiempo.
—Si te dijera que estoy enamorada de ti… ¿qué pasaría a continuación?
Vio en sus ojos una extraña expresión, que le aceleró el pulso.
—Algunas veces hay que vivir sin saber de antemano las respuestas. Tienes que tener ganas de jugar, de arriesgarte.
—A mí nunca me ha gustado el riesgo —se mordió el labio, decidida a sobreponerse a su miedo—. No habría venido aquí anoche si no hubiera estado enamorada de ti.
Pedro alzó su mano para llevársela a los labios, y sonrió.
—Lo sé.
Paula soltó una carcajada que era tanto de alivio como de diversión.
—Lo sabías, pero tenías que oírmelo decir…
—Exacto —de repente se puso serio—. Tenía que oírlo de tus labios.
—Te amo, pero aún estoy algo asustada. Me gustaría que fuéramos lentamente, paso a paso.
—Me parece justo. Así que sigamos disfrutando de nuestra primera cita antes de que se nos enfríe el desayuno.
Más relajada, se untó una tostada con mantequilla.
—¿Sabes? Desde que empecé a trabajar aquí, ni una sola vez me he sentado en una de estas terrazas a contemplar la bahía.
—¿Nunca te metiste en una habitación y jugaste a hacer de cliente? —rio Pedro—. No, claro. No se te habría ocurrido. Bueno, ¿y qué se siente al estar al otro lado?
—Bueno, la cama es cómoda, y la vista maravillosa —respondió con tono alegre—. Sin embargo, en El Refugio de Las Torres, ofreceremos mucho más que eso. Gimnasios privados, románticas chimeneas, una botella del mejor champán con cada reserva, exquisitas comidas Cordón Bleu preparadas por Coco… y todo ello en un ambiente de principios de siglo, adornado con fantasmas y la leyenda de un tesoro oculto —apoyó la barbilla en una mano—. A no ser que encontremos las esmeraldas antes de abrir el hotel.
—¿De verdad crees que ese collar existe todavía?
—Sí, pero no por una cuestión de misticismo, como Coco y Lila. Por simple lógica. El collar existió. Si alguien de la familia lo hubiera vendido, se habría sabido. Así que sigue existiendo. Un cuarto de millón en joyas no puede desaparecer así como así.
—¿Tan valioso es? —inquirió Pedro, asombrado.
—Oh, probablemente más… y eso sin contar con su valor estético.
Pedro pensó que aquel dato cambiaba completamente su visión de los hechos.
—Así que tenemos a cinco mujeres y dos niños viviendo solos en una casa llena de antigüedades, más una fortuna en joyas. Y sin sistema alguno de alarma.
—No está precisamente llena de antigüedades… —repuso Paula, frunciendo levemente el ceño—, dado que, con los años, hemos tenido que vender muchas. Y eso nunca ha sido un problema. No estamos indefensas.
—Ya lo sé. Las mujeres de la familia Chaves siempre se las han arreglado solas. Estoy empezando a pensar que, además de duras, son tontas.
—Hey, espera un momento…
—No, espera tú —para subrayar lo que iba a decir, la acusó con su tenedor —. Lo primero que vamos a hacer esta mañana es buscar un buen sistema de alarma.
Paula ya había tomado esa misma decisión después del incidente del día anterior. Pero eso no significaba que él tuviera que decirle lo que debía o no hacer.
—Oye, no vas a empezar ahora a tomar las riendas de mi vida…
—Entonces sigue siendo igual de testaruda, ignora lo obvio y arriésgate a que alguien vuelva a entrar en la casa y haga daño a los niños.
—Soy consciente de todo eso. Para tu información, llevo dos semanas mirando sistemas de alarma.
—¿Y por qué no me lo has dicho?
—Porque estabas demasiado ocupado dándome órdenes —podía haber seguido haciéndole recriminaciones, pero la distrajo el sonido de la sirena de uno de los barcos de turistas—. ¿Qué hora es?
—La una.
—¿La una? —abrió mucho los ojos—. ¿La una de la tarde? No es posible, si acabamos de levantarnos.
—Es muy posible cuando nos hemos pasado toda la mañana durmiendo.
—Tengo un millón de cosas que hacer —se levantó de la mesa—. Tengo que arreglar y ordenar la casa después del lío de la boda. El padre de Teo iba a comer con nosotras hace una hora, y Guillermo se pasará a las tres…
—Espera un poco —Pedro también se levantó—. ¿Vas a seguir viéndolo?
—¿Al señor St. James? Supongo que a estas horas y a se habrá marchado. ¿Cómo he podido ser tan…?
—A Guillermo —la interrumpió—. Al hombre inteligente y atractivo con quien cenaste la otra noche.
—¿Guillermo? Bueno, claro que voy a verlo.
—No. No irás.
—Ya te he dicho que no vas a tomar las riendas de mi vida.
—No me importa lo que me hay as dicho. No voy a consentir que saltes de mi cama para ir a ver a otro hombre.
—Puedo hacer lo que quiera; entérate. Y además, no se trata de una cita. Guillermo Livingston es tratante de antigüedades, y le prometí que le mostraría algunas piezas de Las Torres. Ya está bien. Me voy —salió de la terraza y se dirigió al cuarto de baño. Sin dejar de murmurar entre dientes, se quitó la bata. Acababa de ajustar la temperatura del agua, entrar en la ducha y cerrar la cortina, cuando él la abrió de un tirón—. ¡Maldita sea, Pedro!
—¿Es tratante de antigüedades?
—Eso es lo que me dijo.
—¿Y quiere ver el mobiliario?
—Exactamente.
—Te acompaño —pronunció, enganchando los pulgares en las trabillas de sus vaqueros.
—Estupendo —encogiéndose de hombros, se echó un poco de jabón en la mano y empezó a frotarse los hombros—. Ahora ponte a representar el papel de marido posesivo.
—De acuerdo.
Paula intentó decirse que no le encontraba la gracia a aquella situación. De pronto vio que se quitaba la camisa.
—¿Qué estás haciendo?
—Adivínalo —sonrió—. Una dama tan inteligente como tú debería adivinarlo a la primera.
Procuró contener una carcajada mientras veía cómo se desabrochaba los vaqueros.
—De acuerdo —no pudo resistirse más y lo salpicó, riendo—. Pero antes enjabóname la espalda.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario