miércoles, 12 de junio de 2019

CAPITULO 35 (SEGUNDA HISTORIA)




—¿Lo ves? —Paula le dio a Pedro un rápido beso en la mejilla—. No ha sido tan malo.


Pero él no parecía muy satisfecho.


—Estuvo nada menos que cinco horas aquí. No sé por qué Coco tuvo que invitarlo a comer.


—Porque es un hombre encantador, y además soltero —bromeó, echándole los brazos al cuell —. Acuérdate de lo de los posos de té…


Se hallaban en la galería alta de la casa, frente al mar.


—¿Qué posos de té? —le mordisqueó suavemente el lóbulo de la oreja.


—Mmm… aquellos en los que la tía Coco leyó que vendría un hombre que sería muy importante para todas nosotras.


—Vaya. Yo creía que ese era yo.


—Quizá —dio un respingo cuando Pedro la mordió—. Salvaje.


—A veces se despierta el indio cherokee que hay en mí.


Paula se apartó un poco para contemplar su rostro. A la mortecina luz del crepúsculo, su tez era casi cobriza, y el verde de sus ojos prácticamente negros.


Sí, en aquel momento podía ver las dos ramas de su ascendencia, la céltica y la cherokee.


—¿Sabes? La verdad es que no sé gran cosa sobre ti. Solo que eres un arquitecto de Oklahoma que se graduó en Harvard.


—Sabes también que me gusta la cerveza y las mujeres de piernas largas.


—Sí, eso también.


Como sabía que aquello era importante para ella, Pedro se apoyó en el muro, de espaldas al mar.


—De acuerdo, Chaves, ¿qué quieres saber?


—No quiero someterte a un interrogatorio —explicó. Sin poder evitarlo, volvía a sentirse inquieta—. Lo que pasa es que tú lo sabes todo sobre mí. Conoces mi familia, el ambiente en el que me muevo, mis sueños.


Pedro sacó un cigarro, lo encendió y empezó a contar:
—Mi tatarabuelo dejó Irlanda para venir al Nuevo Mundo, y emigró al oeste para dedicarse a la caza de castores. Un auténtico hombre de las montañas. Se casó con una mujer cherokee, con la que tuvo tres hijos. Un día salió de cacería y no volvió nunca más. Los hijos montaron un establecimiento comercial, y les fue bien. Uno de ellos encargó una esposa por correo, una bonita chica irlandesa. Tuvieron un montón de hijos, incluido mi abuelo. Él era, y es, un viejo y astuto diablo que compró unas tierras aprovechándose de los precios baratos, y las vendió después sacando un jugoso beneficio. Para seguir la tradición familiar se casó con una irlandesa, una explosiva pelirroja que supuestamente lo volvió loco. Debió de quererla mucho, porque le puso su nombre a su primer pozo de petróleo.


—¿A un pozo de petróleo?


—Lo llamó Maggie —pronunció Pedro con una sonrisa mientras soltaba una bocanada de humo—. A ella debió de gustarle. Y siguió bautizando también los otros pozos.


—Los otros pozos…


—Mi padre se hizo con el control de la compañía en los años sesenta, pero el viejo todavía sigue metiendo baza en los asuntos de la empresa. Le molestó que yo no me metiera en ella, pero y o quería ser arquitecto, y supongo que Industrias
Sun tampoco me necesitaba.


—¿Industrias Sun? —repitió, asombrada. Era una de las mayores corporaciones del país—. Tú… ignoraba que tuvieras tanto dinero.


—Bueno, mi familia lo tiene. ¿Algún problema?


—No. Solo que no me gustaría que pensaras que yo… —se interrumpió, sin saber cómo decirlo.


—¿Que tú andas tras el dinero de mi familia? —se echó a reír—. Cariño, sé perfectamente que andas detrás de mi cuerpo, y no de otra cosa.


Paula pensó que tenía la desconcertante habilidad de hacerla maldecir y reír al mismo tiempo.


—Verdaderamente eres un canalla engreído.


—Pero me amas —tiró el cigarro antes de atraerla hacia sí.


—Quizá… —con fingida reluctancia, deslizó los brazos en torno a su cintura, un poco riendo, lo besó en los labios.


Pedro empezó a tentarla, a seducirla. Sus manos se mostraban tan pronto tiernas como insistentes, hasta que finalmente Paula se olvidó de todo en aquel beso.


— ¿Cómo puedes hacerme eso? —murmuró, aturdida.


—¿Hacerte qué?


—Hacerme desearte hasta el dolor.


—Vamos dentro —la besó en el cuello—. Así podrás enseñarme mi habitación.


—¿Qué habitación?


—La habitación en la que simularemos dormir cuando me quede a dormir contigo.


—¿De qué estás hablando?


—Estoy hablando de que hagamos el amor hasta que nos falte el aire. Y del hecho de que me quedaré aquí hasta que el sistema de alarma de la casa sea operativo.


—Pero no necesitas…


—Oh, lo necesito —y la besó nuevamente para demostrarle cuánto lo necesitaba




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