miércoles, 12 de junio de 2019

CAPITULO 37 (SEGUNDA HISTORIA)




—Sí, señor Stenerson —murmuró Paula mientras soportaba el interminable sermón de su jefe. Paciencia. Solo faltaban diez minutos para que su jornada laboral tocara a su fin. Ni siquiera la inminente sesión de espiritismo podía opacar aquel placer.


Muy pronto se reuniría con Pedro. Quizá tuvieran tiempo para dar un paseo antes de cenar.


—No parece tener la mente puesta en su trabajo, señorita Chaves.


Aquel comentario la hizo sentir una punzada de culpa.


—Me preocupa mucho que uno de nuestros camareros dejara caer una bandeja entera de copas sobre el regazo de la señora Wicken.


—Sí, lo entiendo, señor. Pero ya nos ocupamos de llevarle la ropa a la tintorería, y de obsequiarles con una cena gratis a ella y a su marido durante el resto de su estancia en el hotel. Y, al final, los dos se quedaron satisfechos.


—¿Y despidió usted al camarero?


—No, señor.


—¿Puedo preguntar por qué… —arqueó las cejas—, …cuando le ordené específicamente que lo hiciera?


—Porque Tim lleva nada menos que tres años con nosotros, y difícilmente se le podía echar la culpa de lo sucedido cuando fue el hijo del matrimonio Wicken el culpable de su caída, por haberle puesto una zancadilla. Otros camareros y varios clientes vieron lo que pasó.


—Tal vez, pero yo le di una orden muy concreta.


—Sí, señor. Pero después de conocer las circunstancias del caso, decidí actuar de manera distinta.


—¿Necesito recordarle quién está al mando de este hotel, señorita Chaves?


—No, señor, pero pensaba que después de todos los años que llevo trabajando en el Bay Watch, confiaría usted en mi buen juicio —aspiró profundamente, y decidió asumir un gran riesgo—. Pero si no es así, será mejor que le presente mi renuncia.


El señor Stenerson parpadeó varias veces.


—¿No le parece que esa reacción es un tanto… drástica? —le preguntó, después de aclararse la garganta.


—No, señor. Si no me siento con competencia suficiente para tomar ciertas decisiones, no me será posible seguir aquí.


—No se trata de un asunto de competencia, sino de falta de experiencia. Sin embargo… —añadió, alzando una mano— …estoy seguro de que, en este caso concreto, hizo lo que juzgó era lo mejor.


—Sí, señor Stenerson.


Para cuando abandonó su despacho, le dolía la mandíbula de tanto apretarla.


Se obligó a relajarse cuando Guillermo la abordó en el vestíbulo.


—Solo quería darte nuevamente las gracias por lo mucho que disfruté visitando tu casa, y también por la maravillosa cena.


—Fue un placer.


—¿Sabes? Tengo la sensación de que si te pidiera que volviéramos a cenar juntos, te negarías por una razón distinta a la que me diste acerca de las normas del hotel.


—Guillermo, yo…


—No, no —le dio una cariñosa palmadita en una mano—. Lo comprendo. Estoy desolado, pero lo comprendo. Supongo que el señor O’Riley participará en la sesión de espiritismo de esta noche, ¿verdad?


Paula se echó a reír.


—Desde luego. Tanto si le gusta como si no.


—Lamento sinceramente no poder participar. Será a las ocho, ¿no?


—No, a las nueve. Para esa hora tía Coco nos habrá reunido en torno a la mesa del comedor, para que nos demos las manos y emitamos ondas alfa, o lo que sea…


—Confío en que me lo harás saber si recibes algún mensaje de… del otro lado.


—Te lo prometo. Buenas noches.


—Buenas noches —mientras ella se marchaba, Guillermo miró su reloj.


Disponía de tiempo más que de sobra para prepararse.






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