miércoles, 12 de junio de 2019
CAPITULO 34 (SEGUNDA HISTORIA)
Antes de salir del coche, Livingston revisó la micrograbadora y la diminuta cámara fotográfica que llevaba en el bolsillo. Era un apasionado de las nuevas tecnologías y pensaba que aquel sofisticado equipo añadía cierta prestancia a su trabajo. Desde el momento en que leyó la primera noticia sobre las esmeraldas de las Chaves, se había obsesionado con ellas quizá más que con cualquier otra joya que hubiera robado en su carrera. Estaba considerado por la Interpol como uno de los ladrones más inteligentes y escurridizos de los dos continentes.
Aquellas esmeraldas constituían un desafío al que no podía resistirse. No estaban expuestas en un museo, ni en el cuello de alguna dama millonaria.
Estaban escondidas en algún rincón de aquella extraña casa, esperando a que alguien las encontrara. Y él pretendía ser ese alguien.
Aunque no se oponía a emplear la violencia como método, rara vez la utilizaba. Lamentaba haber tenido que usarla con Paula el día anterior, pero más lamentaba que ella hubiera interrumpido sus investigaciones.
Era culpa suya, pensó mientras se dirigía a la puerta principal de Las Torres.
Con lo impaciente que estaba, había pensado que la boda sería la distracción ideal que le permitiría investigar en el interior de la casa. Ese día, sin embargo, iba a entrar en el edificio en calidad de invitado.
Llamó y esperó. El ladrido del perro fue la primera contestación que obtuvo, y entrecerró los ojos, contrariado. Detestaba a los perros, y aquella pequeña criatura había estado a punto de delatarlo antes de que consiguiera suministrarle una dosis de somnífero.
Cuando Coco abrió la puerta, Guillermo ya tenía preparada su encantadora sonrisa.
—Señor Livingston, es un placer verlo otra vez —Coco se dispuso a tenderle la mano, pero juzgó más prudente sujetar del collar a Fred antes de que se lanzara a morderle una pierna—. Fred, quieto. Esos modales… —sonrió débilmente—. Es un animalito muy bueno. Generalmente no se porta así, pero ayer sufrió un accidente y es como si y a no fuera él mismo —después de tomar al cachorro en brazos, llamó a Lila—. Pasemos al salón, por favor.
—Espero no haber trastocado sus planes para la tarde del domingo, señora McPike. No pude resistirme a pedirle a Paula que me mostrara su fascinante casa.
— Estamos encantadas de enseñársela —repuso Coco, cada vez más desconcertada por la agresiva reacción de Fred, que seguía gruñendo y ladrando —. Paula todavía no ha venido, y no sé por qué ha podido retrasarse tanto. Siempre es tan puntual…
Bajando las escaleras, Lila soltó una carcajada.
—Yo ya me estoy imaginando lo que ha podido retenerla —sin embargo, no había humor alguno en sus ojos cuando miró al visitante—. Hola, señor Livingston.
—Señorita Chaves.
—Me temo que hoy Fred está un poquito nervioso —volvió a disculparse Coco, entregándole el cachorro a Lila—. ¿Por qué no te lo llevas a la cocina? Tal vez le vendría bien una infusión de hierbas.
—Yo me encargo —cuando se dirigía por el pasillo con el perrillo en brazos, murmuró en voz baja—. A mí tampoco me gusta, Fred. ¿Por qué será?
—Bueno —aliviada, Coco sonrió—. ¿Le apetece una copita de jerez? Voy a enseñarle primero un precioso armario lacado. Me parece que es de estilo Carlos II.
—Me encantará —también se sintió encantado al descubrir que lucía un valioso collar de perlas, con unos pendientes a juego.
Cuando veinte minutos después llegó Paula, acompañada de Pedro, encontró a su tía relatándole a Livingston la historia de la familia mientras admiraban un bargueño del siglo XVIII.
—Guillermo, lamento llegar tan tarde.
—Oh, no te preocupes —con una sola mirada que Livingston le lanzó a Pedro, desechó de inmediato la posibilidad de utilizar a Paula para sus propósitos—. Tu tía es la anfitriona más sabia y encantadora que he conocido nunca.
—Tía Coco sabe más de esos muebles que cualquiera de nosotras. Te presento a Pedro Alfonso. Es el arquitecto que está diseñando las obras de restauración.
—Señor Alfonso. Esas obras deben de representar todo un desafío.
El apretón de manos fue muy breve. Pedro sintió una inmediata aversión por aquel estirado tratante de antigüedades.
—Oh, me las voy arreglando.
—Le estaba contando a Guillermo lo muy tedioso que resulta rebuscar entre todos esos viejos papeles de la familia. No es ni mucho menos tan excitante como creen los periodistas —comentó Coco—. Pero he decidido organizar otra sesión de espiritismo. Mañana por la noche, la primera de luna llena del mes.
—Tía Coco… —protestó Paula—, …estoy segura de que Guillermo no está interesado en esas cosas.
—Al contrario —concentró todo su encanto en Coco mientras un plan cobraba forma en su mente—. Me apasionaría participar en esa sesión, si no estuviera tan ocupado con mi trabajo…
—En otra ocasión, entonces. Quizá quieras subir arriba y …
Pero antes de que pudiera terminar la frase, Alex entró corriendo procedente de la terraza, seguido de Jazmin y de Susana, que no dejaban de reír. Los tres llevaban las manos y los vaqueros llenos de polvo. Entrecerrando los ojos con aire desconfiado, Alex se detuvo delante de Livingston.
—¿Quién es?
—Alex, no seas maleducado —le recriminó Susana—. Lo siento. Estábamos en el jardín… y cometí el error de sugerirles que tomáramos un helado.
—No se disculpe —Livingston forzó una sonrisa. Si había algo que lo disgustara todavía más que los perros, eran los niños—. Son… encantadores.
—No, no lo son —bromeó Susana—, pero hay que aguantarlos. Bueno, nos vamos.
Mientras los llevaba a la cocina, Alex se volvió para mirar por última vez al visitante.
—Tiene ojos de malo —le dijo a su madre.
—No seas tonto —lo despeinó cariñosamente—. Ha debido de enfadarse un poco porque estuviste a punto de arrollarlo.
Pero Alex se volvió muy serio hacia Jazmin, que asintió a su vez.
—Sí, tiene ojos como de serpiente…
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