miércoles, 19 de junio de 2019
CAPITULO 14 (TERCERA HISTORIA)
Pedro empezaba a pensar que la sopa le había salvado la vida al menos tanto como la propia Paula. La sentía deslizarse cálida y vigorizante por su cuerpo.
—Me caí de un yate —dijo bruscamente.
—Eso puede explicar lo que te ocurrió.
—Pero no sé lo que estaba haciendo en ese yate, exactamente.
Paula, sentada a su lado en un silla, levantó una pierna para colocarse en la posición del loto.
—¿Estabas de vacaciones?
—No —frunció el ceño—, yo nunca tengo vacaciones.
—¿Por qué no? —estiró la mano para tomar una de las galletas saladas que había en el plato de Pedro. Llevaba un trío de anillos en la mano.
—Trabajo.
—Pero en verano no hay clases —repuso Paula, estirándose con pereza.
—Siempre hay cursos. Pero… —había algo que golpeaba ligeramente su cerebro, como si estuviera provocándolo—, este verano iba a hacer algo distinto. Tenía un proyecto de investigación. Y pensaba empezar a escribir un libro.
—¿Un libro? ¿De verdad? —saboreaba la galleta como si estuviera cubierta de caviar. Pedro no pudo menos que admirar aquel sensual y básico disfrute—. ¿Qué tipo de libro?
Sus preguntas lo hicieron retroceder. Nunca le había hablado a nadie de su proyecto. Ninguno de sus conocidos habría creído nunca que el perseverante y aburrido Alfonso soñara con convertirse en novelista.
—Solo es algo en lo que llevo pensando algún tiempo, pero me surgió la oportunidad de trabajar en ese proyecto… en la historia de una familia.
—Bueno, supongo que eso es algo que encaja con una persona como tú. Yo era una estudiante terrible. Muy perezosa —dijo con una sonrisa en la mirada—. Me cuesta imaginarme a alguien que quiera pasarse la vida dentro de un aula. ¿A
ti te gusta?
No era cuestión de que le gustara o no.
Sencillamente, era lo que hacía.
—Se me da bien —sí, advirtió, se le daba bien. Sus alumnos aprendían, unos más que otros. La gente asistía a sus conferencias y estas eran bien recibidas.
—No es lo mismo. ¿Puedo verte la mano?
—¿La qué?
—La mano —repitió.
Paula le tomó la mano y se la volvió para estudiar su palma.
—¿Qué haces?
Durante un loco instante, Pedro pensó que se iba a llevar su mano a los labios.
—Leerte la mano. Eres más inteligente que intuitivo. O quizá confías más en tu cerebro que en tu intuición.
Pedro clavó la mirada en la cabeza inclinada de Paula y soltó una risa nerviosa.
—No creerás en ese tipo de cosas, ¿verdad? Como en la capacidad de leer el destino en las manos.
—Claro que sí… Pero no son las líneas las que se interpretan, sino lo que se siente —alzó la mirada hacia él con una sonrisa que era a la vez lánguida y eléctrica—. Tienes unas manos muy bonitas. Mira —deslizó un dedo por la palma de la mano de Pedro, haciendo que este tragara saliva—. Tienes una larga vida por delante, ¿pero ves esta ruptura? Muestra una experiencia cercana a la muerte.
—Te lo estás inventando.
—Está en tu mano —le recordó—. Tienes una gran imaginación. Creo que podrás escribir ese libro… Pero tendrás que trabajarte la confianza en ti mismo.
Alzó la mirada nuevamente y lo estudió con expresión compasiva.
—¿Tuviste una infancia difícil?
—Sí… No —avergonzado, se aclaró la garganta—. Imagino que no más que la de otros.
Paula arqueó una ceja, pero lo dejó pasar.
—Bueno, ahora ya eres un chico grande —con la naturalidad que la caracterizaba, se echó el pelo hacia atrás y estudió nuevamente su mano—. Sí, mira, esto representa tu trabajo y esta es una rama que se desvía. Profesionalmente las cosas han sido muy fáciles para ti, te has marcado un sendero muy cómodo, pero esta otra línea se cruza con tu vida actual. Podría ser el esfuerzo de la literatura. Tendrás que elegir.
—Realmente no creo que…
—Claro que sí. Has estado pensando en ello durante años. Y aquí está el Monte de Venus. Eres un hombre muy sensual —lo miró a los ojos—. Y un amante muy cuidadoso.
Pedro no podía apartar la mirada de su boca. Era una boca llena, sin pintar, que se curvaba tentadoramente en una sonrisa. Besarla habría sido como hundirse en un sueño, en un sueño erótico y oscuro. Si un hombre sobrevivía a un sueño como aquel, terminaría rezando para no despertar nunca.
Paula sentía que algo avanzaba sigilosamente por encima de su diversión.
Algo inesperado y excitante. Era la forma en la que Pedro la miraba. Con aquella concentración tan absoluta. Como si ella fuera la única mujer sobre la tierra, o al menos la única que importaba.
No podía haber una mujer en el mundo que no sintiera como se debilitaban sus defensas bajo aquella mirada.
Por primera vez en su vida, se sentía a punto de perder el equilibrio por un hombre. Paula estaba acostumbrada a tener el control, a marcar el tono de sus relaciones con su abierta naturalidad. Desde que había comprendido que los hombres y las mujeres eran diferentes, había utilizado el poder con el que había nacido para guiar a los representantes del sexo opuesto por el camino que ella misma elegía.
Pero Pedro estaba consiguiendo confundirla con solo una mirada.
Esforzándose para recuperar el tono abierto y desenfadado que normalmente le era tan fácil, comenzó a soltar la mano de Pedro. Este la sorprendió, y se sorprendió, aferrándose a ella con fuerza.
—Eres —dijo lentamente—, la mujer más hermosa que he visto nunca.
Era una frase muy poco original, trillada incluso.
Y no debería haber hecho que le diera un vuelco el corazón. Paula se rio de sí misma mientras se apartaba.
—¿No sales mucho, verdad profesor?
Paula advirtió un fogonazo de enfado en su mirada antes de que volviera a sentarse. Estaba tan furioso consigo mismo como con ella. Él nunca había sido un Casanova. Y tampoco le habían puesto nunca de aquella manera en su lugar.
—No, pero en realidad era una simple declaración. Ahora supongo que debería ponerte una moneda de plata en la mano, pero acabo de quedarme sin blanca.
—La lectura de mano corre a cargo de la casa —arrepintiéndose de haber sido tan brusca, le sonrió otra vez—. Cuando te encuentres mejor, te llevaré a dar una vuelta por la torre encantada.
—Estoy deseándolo.
La sequedad de su respuesta la hizo reír a carcajadas.
—Tengo una sensación sobre ti, Pedro. Creo que serías mucho más divertido si te olvidaras de ser tan intenso y pensativo. Ahora me iré un rato al piso de abajo para que tengas un poco de tranquilidad. Sé un buen chico y descansa un poco.
Pedro podía estar débil, pero no era ningún niño.
Se levantó cuando Paula lo hizo. Aunque aquel movimiento la sorprendió, Paula le dirigió una de sus lentas y lánguidas sonrisas. El color había vuelto a su rostro, advirtió. Tenía los ojos más claros y, como era solo unos centímetros más alto que ella, los veía al mismo nivel que los suyos.
—¿Puedo hacer algo más por ti, Pedro?
—Solo respóndeme una pregunta. ¿Tienes relaciones con alguien?
Paula lo miró arqueando una ceja, al tiempo que se apartaba un mechón de pelo de la cara.
—¿En qué sentido?
—Es una pregunta muy sencilla, Paula, y se merece una respuesta igualmente sencilla.
Su tono regañón hizo que Paula lo mirara con el ceño fruncido.
—Si te refieres a si tengo relaciones sexuales o sentimentales con alguien, la respuesta es no. En este momento.
—Bien —la vaga irritación que vio en sus ojos lo complació. Quería una respuesta y la había conseguido.
—Mira, profesor, yo te saqué del agua. Y me pareces un hombre demasiado inteligente como para confundir la gratitud con otro tipo de sentimientos.
En aquella ocasión fue él el que sonrió.
—¿Para confundirla con qué tipo de sentimientos?
—Por ejemplo, con la lujuria.
—Tienes razón. Conozco la diferencia… sobre todo cuando siento las dos cosas al mismo tiempo.
Sus propias palabras lo sorprendieron. Quizá aquella experiencia tan cercana a la muerte había sacudido su cerebro. Por un momento, Paula pareció estar a punto de abofetearlo.
Después, brusca y maravillosamente, se echó a reír.
—Supongo que es otra sencilla declaración. Eres un hombre interesante, Pedro.
Y, se dijo a sí misma mientras se llevaba la bandeja, inofensivo.
O al menos eso esperaba.
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Ayyyyyyyyyyyy cómo me gusta esta historia. Me tiene re atrapada.
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