miércoles, 3 de julio de 2019
CAPITULO 60 (TERCERA HISTORIA)
Horas después, Paula permanecía en el estrecho balcón de la habitación del hotel.
A sus pies, podía ver el rectángulo de la piscina y oír las risas y los chapoteos de las familias y las parejas que disfrutaban de sus vacaciones.
Pero su mente no estaba en aquel verano luminoso ni en los gritos y el susurro del agua. Su corazón había volado ochenta años atrás, a la época en la que las mujeres se engalanaban con vestidos largos y elegantes y escribían sus sueños en diarios secretos.
Cuando Pedro salió y le rodeó la cintura con los brazos, Paula se recostó contra él, buscando consuelo.
—Siempre he sabido que no fue feliz —dijo Paula—. Podía sentirlo. De la misma forma que sentía que estaba desesperadamente enamorada. Pero, hasta hoy, no he sido consciente de que tuvo miedo. Eso no lo había sentido.
—Ha pasado mucho tiempo desde entonces, Paula —Pedro besó su melena—. La señora Tobías puede haber exagerado. Recuerda que era una mujer joven e impresionable cuando todo eso ocurrió.
Paula se volvió para mirarlo tranquila y profundamente a los ojos.
—No crees lo que estás diciendo, ¿verdad?
—No —deslizó los nudillos por su mejilla—. Pero no podemos cambiar lo que pasó. ¿En qué podría ayudarnos ahora?
—Claro que podemos, ¿no te das cuenta? Encontrando las esmeraldas y el diario. Bianca debió escribir todo lo que sentía en su diario. Todo lo que deseaba y temía. Y jamás habría dejado que Felipe lo encontrara. Si escondió las esmeraldas, también escondió el diario, seguro.
—Entonces lo encontraremos. Si atendemos al relato de la señora Tobías, Felipe regresó antes de lo que Bianca esperaba. Por lo tanto, no tuvo oportunidad de sacar las esmeraldas de la casa. Todavía están allí, así que encontrarlas solo es cuestión de tiempo.
—Pero…
Pedro sacudió la cabeza y le enmarcó el rostro con las manos.
—¿No eres tú la que dice que hay que confiar en los sentimientos? Piensa en ello. Teo vino a Las Torres y se enamoró de Catalina Cuando se le ocurrió la idea de restaurar la casa para convertirla en un hotel, la antigua leyenda salió
nuevamente a la luz. Una vez se hizo pública, Livingston o Caufield, o como quiera que se llame, se obsesionó con las esmeraldas. Le hizo proposiciones a Amelia, pero ella ya estaba enamorada de Samuel, que también vino aquí por Las Torres. Desde entonces, ya hemos conseguido encajar algunas piezas de este gran rompecabezas. Hemos encontrado una fotografía de las esmeraldas. Hemos localizado a una mujer que conoció a Bianca y que ha corroborado la tesis de que escondió las esmeraldas en la casa. Cada uno de los pasos que hemos dado guarda relación con el anterior. ¿Crees que habríamos llegado tan lejos si de verdad no fuéramos a encontrarlas?
La mirada de Paula se suavizó mientras rodeaba con las manos las muñecas de Pedro.
—Eres terriblemente bueno para mí, profesor. Un poco de lógica optimista era precisamente lo que necesitaba en este momento.
—Entonces te daré algo más. Creo que el siguiente paso es intentar seguir las huellas del pintor.
—¿De Christian? ¿Pero cómo?
—Eso déjamelo a mí.
—De acuerdo —deseando sentir los brazos de Pedro a su alrededor, apoyó la cabeza en su hombro—. Hay otra conexión posible. Quizá pienses que está fuera de lugar, pero no puedo evitar pensar en ella.
—Dime.
—Hace un par de meses, Teo fue a dar un paseo por los acantilados. Encontró a Fred. Nunca hemos sido capaces de averiguar qué hacía aquel cachorro por allí solo. Me ha hecho pensar en el perrito que Bianca les llevó a los
niños, aquel por el que discutió tan amargamente con Felipe el día antes de morir —dejó escapar un largo suspiro—. También pienso en esos niños. Me resulta difícil imaginarme a mi abuelo como un niño pequeño. Nunca lo conocí porque murió antes de que yo naciera. Pero puedo imaginármelo en la puerta de la habitación de su madre, sufriendo. Y me rompe el corazón.
—Chss —Pedro tensó su abrazo—. Es mejor pensar que Bianca encontró la felicidad con ese pintor. ¿No puedes imaginártela corriendo a buscarlo por los acantilados, disfrutando a escondidas de unas horas de sol o buscando algún lugar tranquilo en el que pudieran estar solos?
—Sí —curvó los labios sobre el cuello de Pedro—. Sí, puedo. Quizá sea esa la razón por la que me gusta tanto estar en la torre. Bianca no era desgraciada cuando estaba en ella y podía pensar libremente en Christian.
—Y si hay justicia en el mundo, seguro que ahora están juntos.
Paula inclinó la cabeza para mirarlo.
—Eres terriblemente bueno para mí. Te voy a proponer una cosa, ¿por qué no aprovechamos la piscina que tenemos ahí abajo? Me gustaría nadar contigo en una situación que no sea de vida o muerte.
Pedro le dio un beso en la frente.
—Has tenido una idea magnífica.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ayyyyyyyyyyyyyy x favor cuánta intriga. Buenísimos los 5 caps.
ResponderEliminarEstá historia me tiene super atrapada!!
ResponderEliminar